LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

3.4.14

Y EL OSCAR ES PARA...

Kay T. Parker (Inglaterra - 1944)

¡Para Parker! Soñé que el Oscar a mejor actriz iba para Kay Parker. Con cuarenta años de retraso eso sí. Si Kay hubiera recorrido la alfombra roja en la vida real, es posible que la hubiesen echado y que las cámaras se hubiesen posado sobre ella solo para preguntarse de que diosa anónima se trataba, salvo por supuesto para los aficionados al cine para adultos, y es que no se trataba de una actriz ordinaria, ella fue actriz porno entre las décadas 70 y 80 y aún entre las felatrices, tampoco fue una más, hablamos de una celebridad, tal vez la mejor de todos los tiempos, ora por su talento natural, ora por su cualidades físicas extraordinarias que la convirtieron en el sueño de grandes y chicos.

Se hizo famosa encarnando el papel de la madre vapuleada y abandonada en una saga de films de culto cuyo tema central fue el incesto, lo cual conviene aclarar, no fue un mero e insano capricho de su director sino el reflejo de una época de desenfado y libertinaje en  la que cayó la sociedad norteamericana después de décadas de represión moral y sexual, producto de la depresión post- segunda guerra mundial. Pero volviendo a lo importante, Kay se convirtió en la figura materna más deseada del mundo, la madre perfecta para que cualquier hombre – sin importar la edad – cerrara adecuadamente sus complejos Edípicos, la madre sufrida por la que cientos o miles de huérfanos olvidados en distintas latitudes hubieran querido ser amorosamente adoptados.

Yo la conocí a los 11 años; la cita fue en una lujosa mansión de la costa oeste de Estados Unidos o en una sencilla casa del jirón comercio de Coracora, no lo recuerdo bien, sin embargo ese detalle es irrelevante, como lo eran sus ocupaciones después de nuestros apasionados encuentros, aunque ayudaba muchísimo su poca exposición mediática, pues de esta manera tenía una sensación de propiedad sobre ella, un sentido alto de posesión al punto de hacerme imposible imaginarla en los brazos de algún hombre fuera de su sacrificado entorno laboral. Han pasado 20 largos años, pero el idilio está intacto y cada cita transcurre como si fuera la primera vez, incluso después de haber visto las mismas escenas 100, 500, 1000 veces; el romance está vigente, y yo contribuyo eludiendo la realidad del inexorable paso de la edad, quedándome con la imagen de aquella que conocí allá por el año 93, en California o en Coracora. No lo recuerdo bien. En esa época, su piel exquisita sobresalía en el celuloide; su cuerpo turgente traspasaba en 5D el monitor del televisor de 14”; sus ingleses ojos azules describían paso a paso el clímax, todo magistralmente secundado por la banda sonora funky, creada especialmente para las escenas memorables. Las imágenes están intactas, puestas allí, ya no en la voluminosa estructura de un casette de VHS, sino en un endeble cd, en alguna página prohibida de internet, en un cajón de mi velador, en la memoria, en el corazón o en sueños como los de aquella noche, donde la vi alzándose con la estatuilla dorada, agradeciendo al actor Mike Ranger por acompañarla en la escena final de la película tabú II, que a decir de críticos especializados y onanistas consagrados, es el mejor polvo del cine para adultos de todos los tiempos; agradeciendo a Kirdie Stevens por lanzarla a la fama, a los millones de hombres que supieron respetar su privacidad y la abstinencia en que solía mantenerse luego de sus jornadas laborales, y por supuesto – tratándose de mi sueño – a mí, especialmente a mí, su más fiel acompañante, su leal seguidor, el hombre con el que lleva más de 20 años de idilio vigente, el hombre que le hizo el amor mil veces a ella, Kay, como a su alter ego, Barbara Scott, la dama que me inició en las prácticas manuales individuales.
Yo estuve sentado en primera fila el día de la premiación, aplaudiendo el merecido galardón, desbordando emoción, coreando su nombre, esperando que baje del estrado para salir huyendo del teatro Kodak rumbo a cualquier mansión de California o a cualquier chacra de Coracora, para hacer el amor o para fornicar libremente como quien cumple con un guión elaborado por mandato divino.    
Nuestras bodas de plata están cerca, 25 años de locura carnal, 25 años de unión lasciva, el enlace perfecto entre dos cuerpos que supieron mantener prudente distancia antes de caer en las aberraciones de la rutina; amos de la alcoba, de tarde o de madrugada, entregados al placer y después, a una silenciosa pero imperecedera ternura discretamente escondida bajo el botón rojo de un control remoto.

No sé cuándo la vuelva a ver, tal vez nuevamente ocurra cuando reciba el premio a mejor actriz, y es que hace tanto tiempo lo tiene merecido. Por lo menos el honorario. Y los miembros de la academia que con seguridad la conocieron hasta la última gota, lo saben. En mis sueños o en los de ellos. Lo tiene merecido.

Pero mejor será no esperar tanto, más tarde pasaré a recogerla en el cajón de la mesa de noche…


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