Era la primavera del año
1997, cursaba cuarto año de secundaria, cuando nos llegó la invitación de una
empresa privada que organizaba unas charlas de orientación vocacional. Antes de
saber qué diablos quería decir orientación vocacional ya estábamos celebrando
porque lo que fuera, significaba que no tendríamos un día de clases y eso era
en realidad lo único importante para nosotros.
El día asignado para nuestra
aula fue el miércoles de aquella larga semana, en el colegio cada año tenía – y
seguramente hasta hoy - un aproximado de 17 secciones, la mía era la LL. 4to
LL. LL de llama.
Ese miércoles después de una
larga espera, enrumbamos por fin al campus de la universidad donde se llevaría
a cabo el evento. Acompañados por un auxiliar, por cierto tan poco diligente,
que del rebaño de 30 que salimos del colegio, solo llegamos al lugar como 15 ovejas.
- ¡Si serás huevón Quiroga! - de todas maneras se
debió escuchar al día siguiente en la sala de O.B.E.
Ya dentro de la ciudad
universitaria, nos buscamos el rumbo por cuenta propia, de los 15 que entramos,
tal vez 5 o 6 hicimos fila para ingresar a los salones, los demás se
dispersaron, algunos buscando chicas de otros colegios, otros simplemente se
sentaron a retozar bajo las frondosas copas de las acacias. En el colegio
también teníamos acacias, pero allí era imposible sentarse porque fungían de
letrinas durante los recreos.
Ordenados en fila, fuimos
avanzando de acuerdo a la profesión elegida, fue entonces cuando llamó mi
atención la encargada del área a la que iba, era una muchacha muy bonita, de
unos 20 años quizá, ella también me miró con cierta atención. Y me sonrió.
Intercambiamos algunas palabras, o más bien, ella hablaba y yo apreciaba su
sonrisa cálida y la simetría fibonacciana
de su rostro.
Durante la charla solo
sentía el abrumador deseo de volver a mirarla, no presté atención a las explicaciones
de los especialistas (En el candor de la adolescencia cualquier caso de este
tipo te empuja a pensar que podría tratarse de la historia de tu vida) Quería
que acabara ya para salir a verla, porque ella también me miraba, y al parecer
no le importaba que llevara uniforme, le murmuraba cosas a sus amigas, todas me
miraban y sonreían, bien pudieron estar diciendo: - ¡Oye que mirón es ese
mocoso! – o – ¿has visto a ese serranito igualado? – Pero me gustaba, incluso
si esas hubieran sido las razones. Porque hay mujeres que tienen la maravillosa
cualidad de seguir pareciendo hermosas incluso en la estupidez.
Me fui alejando del
salón, volteando a mirarla por ratos y
antes de perderme definitivamente entre la multitud que salía, lancé una
amenaza cargada de convicción:
- ¡Pero mañana voy a volver!
–
Esbozó una sonrisa que fue
lo último que pude ver. Confirmandolo, era bella.
II
Era la primavera del año
1997, cursaba cuarto año de secundaria, cuando nos llegó la invitación de una
empresa privada que organizaba unas charlas de orientación vocacional. Ahora que ya sabíamos de qué se trataba la
orientación vocacional, volvimos a celebrar pues por una confusión de quien
sabe quién, nuevamente nos sacaron del aula para llevarnos a las charlas.
Salimos mudos para no levantar sospechas, felices, cada quien por sus propios
motivos, yo porque cumpliría la primera promesa seria de mi vida.
En cuanto llegamos, la
escena del día anterior se repitió, antes de entrar ya se había hecho humo la
mitad del salón.
- ¡Anicama, es usted tan
huevón como Quiroga. Deben ser primos!. – Seguro se oyó al día siguiente en la
sala de O.B.E
Entré casi a empellones,
quería alinearme donde estuviera ella, ahora contaba con la complicidad de mi
buen amigo el chino Segura, que ya estaba enterado de mis afanes, así que
pronto, emulando el ingreso de los grandes personajes del cine pero en versión andina,
estuve ante ella, saludándola efusivo, como si me hubiera pedido que volviera,
como si hubiéramos pactado un reencuentro. Como si tantas cosas, que sin
embargo ella correspondió con un simple pero cortés – hola -.
- ¡Te dije que volvería!
- Ya veo.
- Es que soy un hombre de
palabra.
Echó una carcajada que bien
pudo referirse a eso de “hombre” o a la cara que traía cada vez que estaba
frente a ella.
- ¿Y ahora a que facultad
entraras? no creo que quieras estar en esta fila –
- ¿Por qué?
- ¿Porque es para
enfermería, te interesa esa carrera?
- Eh, bueno entraré un rato,
después me salgo
- Ja, eso no se puede hacer
- Ya veremos
El aula estaba poblada de
chicas, éramos apenas 2 o tres varones, lo cual se hizo más notorio por las
bromas disparadas desde distintos puntos. Pero ella que entonces estaba parada
en la puerta, sabía lo que hacía ahí y eso
era lo único que me importaba, aunque servía de poco porque apenas podíamos hablar.
Acaso entonces el solo verla ya era suficiente premio.
Al final las medidas para
retirarnos fueron las mismas del día anterior, hacer fila, no ocasionar
desorden, volver a refundirse en el tumulto y voltear nuevamente a verla, bella
incluso a la distancia, y yo, impostando la voz de hombre maduro de rancho, me
marché repitiendo la amenaza del día anterior:
- ¡Pero mañana voy a volver!
Sonrió con incredulidad. Y
aun así se vio hermosa.
III
Era viernes. Un viernes de aquella
primavera. De 1997. Nos encontrábamos en el taller de mecánica, cuando
repentinamente el profesor Rodríguez
- de quien mantendré el apellido en reserva por respeto a su persona - nos
sorprendió con una pregunta fantástica:
-¿Y muchachos, ya fueron a
las charlas vocacionales?
- ¡No profe, no nos han
querido llevar esos recunchesumares!
Respondimos al unísono, como
si lo hubiéramos tenido planificado, como ocurrió el día anterior donde
guardamos silencio para no levantar sospechas. Era purita suerte la mía. La
nuestra.
- Entonces hacemos algo, yo
los saco del colegio y los dejo a la vuelta, ya ustedes toman su micro y se van
solos porque yo tengo un plan con una hembrita, ¿está bien o no?
- ¡Siiiiiiiiii, buena profe!
Salimos del taller
ordenados, procurando pasar desapercibidos, pero a pocos metros de la puerta principal,
fuimos alcanzados por uno de los auxiliares que como era de esperarse, traía
pésimas noticias:
- ¡Profesor, estos pendejos
ya fueron a las charlas!
- ¡Regresen a su salón
carajo o van a tener 05 en conducta!
- ¡Ah mire auxiliar,
disculpe, me hicieron creer que no habían ido. caminensomierdas!
- Pelao traidor…
- ¿Que han dicho carajo?
- Nada profe, ya vamos…
La decepción y las caras
largas eran inevitables, caminamos hacia el taller como quien va al cadalso, masticando
la rabia, cada quien por sus motivos, yo, porque pensaba que volver a
aparecerme ante ella por tercera vez le sabría a heroico, sería sensacional, de
hombre grande, de galán de televisión. Pero todo estaba acabado.
- ¿así que no habían ido no?
Pendejos se creen
- No pe profe, es que
queremos ir, ¡hay unas flacas más ricas!
- Miren, vamos a hacer algo,
mi hembrita me está esperando, sálganse por la pared nomás, yo no voy a decir
nada. Ya nos vemos la próxima semana.
- ¡Yeeeeeehhhh, buena pelao!
- ¡Ya lárguense carajo!
Y aquella tarde de primavera
de 1997, 30 alumnos del 4to año LL del emblemático colegio San Luis Gonzaga de
Ica, nos escapábamos saltando una pared
de 4 metros de altura; unos por vagancia, otros por amor.
Como la suerte después de
todo estaba de nuestro lado ese día, en cuanto estuvimos afuera nos encontramos
con un microbús vacío de la línea R5, le pedimos al chofer que nos llevara de
frente ya que éramos 30 y alcanzaba para llenarlo. Partimos entonces, directo y
sin escalas, rumbo a la gloria.
La llegada fue mucho más singular
que la de los días previos, ya que varios muchachos que no tenían para pagar el
pasaje se bajaron por las ventanas traseras y mientras el cobrador iba
corriendo detrás de ellos, los otros pasajeros, ósea nosotros, bajamos también
sin pagar, pero por la puerta.
- ¡Si serás huevón cobrador,
tú debes ser vecino de Anicama y de Quiroga! – seguro se oyeron en las
instalaciones de la empresa de microbuses celestes aquel día.
Entramos a la ciudad por
tercer día consecutivo, éramos solo 5 o 6, los demás habían huido como ratas
después de la escena del microbús.
Cuando me vio quedó realmente
perpleja, pareció incluso asustada, tal vez el asunto ya le parecía obsesivo ¿cómo
me las había ingeniado para volver por tercer día a las charlas? de contárselo probablemente
no hubiera creído nada, pero ahí estuve, cumpliendo nuevamente mis amenazas y
jactándome como no, por mi triunfal regreso.
- ¡Te dije que volvería!
- Si pues
- Es que soy un hombre de
palabra, ya sabes.
Ahora no pareció tan
entusiasmada como los días anteriores, volvió a hacer su trabajo y ya no se
tomó la molestia de preguntarme si estaba seguro donde ir, si antes había
entrado a enfermería, todo era posible. Y así ocurrió, esta vez me tocó en
suerte la facultad de ingeniería pesquera, de la cual por supuesto aprendí poco
o nada, por dedicarme a mirarla cada vez que atravesaba la puerta. Es que
incluso haciendo cosas ordinarias, se veía realmente hermosa.
Al término de la charla, salí
del aula decidido, era momento de saber algo sobre ella, no tendría más
oportunidades; pero había desaparecido repentinamente, la busqué por pasadizos
y en otros salones pero no la vi más, ni a ella, ni a sus amigas, así que tras
mi infructuoso periplo, debí marcharme resignado, con el abrazo solidario del
chino, voltee repetidas veces buscándola, pero ya no estaba. Sin duda había
sido hermosa, incluso en forma de espejismo.
18 años después recuerdo este
pasaje de mi vida entre risas, luego lo pienso bien y llego a una conclusión: de todos los huevones de esta historia, el
número uno y por largo margen fui yo, ¿cómo es que en 3 días ni siquiera pude
averiguar su nombre?
- ¡Jerí, a usted nadie le
gana en lo huevón, debe ser familia de Quiroga, de Anicama y del cobrador del micro!
-. Se estará escuchando ahora en varias esquinas de esta ciudad. Y no falta
razón…
Jamas me rei tanto leyendo algo Ademas mientras Leia me imaginava el final ..Y era que te casaste con Ella ..
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