LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

31.7.13

LA LISTA NEGRA

(Foto: "Incursión" )
Hay que sospechar de las mañanas cálidas, hay que dudar de las puestas de sol sin nubes que obstruyan el paso de sus destellos ardientes, hay que ser suspicaces con la repentina docilidad de las aves, porque aquella mañana, fue cálida, soleada y plagada de cantos de pájaros, sin embargo, es la más triste que recuerdo hasta hoy y acaso será la más triste que recuerde incluso, durante el resto de mi vida...

Aquel sábado, mi padre me pidió que lo ayudara a reparar unos muebles viejos que teníamos arrumados. No hubo escapatoria, sabía de memoria la rutina: buscar las herramientas, radio unión con Los Belkins como mega-estrellas del momento y un largo sermón de tipo dogmático, mientras mis amigos del barrio, disfrutaban de un partido de fútbol, alardeando con gritos desaforados que llegaban hasta mi triste prisión, donde yacía agobiado sosteniendo alternadamente baldes de pintura o escaleras. En más de una ocasión había pensado seriamente amotinarme encadenándome a la puerta del cuarto de baño durante una noche de lluvia intensa, pero luego, volvía a la realidad. Ese era mi destino inmediato. Las horas siguientes cumplieron con precisión mi designio; la escalera, la pintura, la música y las charlas sobre moral ocuparon la mañana completa. En tales circunstancias, mirar el reloj se había vuelto un hábito patológico, lo hacía cada diez segundos, después cada cinco mientras el tiempo daba la sensación de eternizarse. Recién mucho más tarde, cerca al mediodía, una descolorida marcha turca emergía desde las entrañas de nuestro viejo reloj musical para dar aviso de la hora del almuerzo, el momento exacto en el que me valía de ciertas argucias, para escabullirme hacía el jardín de la casa, y después hacía la calle, donde por fin podía unirme a mi tropa para disfrutar lo que tortuosamente imaginaba en el transcurso de la mañana.
Después de algunas maniobras ágiles me encontraba cerca de mi objetivo, cuando fui descubierto en plena huida por mi madre que me hizo regresar sobre mis pasos y sin mayores aspavientos, me preguntó dónde escapaba, y como ningún criminal que se respeta devela sus planes, agaché la cabeza y guardé silencio. Ella me levantó el rostro cogiéndome con delicadeza, me sonrió con esa ternura tan propia de su santo ser y me dio dos Intis para refrescarme después de mi jornada deportiva. La abracé con todas mis fuerzas pero apenas, cuando me desprendía de su cuello para emprender  la huida nuevamente, un estruendo remeció las paredes de la casa, arrancándole una capa densa de polvo a los techos, haciendo temblar todo, incluso nuestros cuerpos. A los pocos segundos, mi padre apareció tomando a mis dos hermanas de la mano, como alma que lleva el diablo, y nos ordenó correr hacia la habitación del fondo. Sus ojos desorbitados daban cuenta de algún suceso siniestro, sin embargo, en cuanto entró a la sala, cuya ventana daba directamente a la plaza de armas, hicimos una fila india y pasamos detrás de él. Cuando abrió ligeramente una de las hojas de la ventana, una onda de asfixiante polvo lo obligó a cerrarla nuevamente, entonces, su expresión de terror se había acentuado más, nadie decía una sola palabra, pero era un hecho que algo grave había ocurrido. Un rato después, calculando el paso de la polvareda, volvió a dejar correr el pestillo y luego, deslizó cautelosamente de nuevo la hoja de la ventana. El polvo había desaparecido casi por completo, pero ahora en su lugar se alzaba una torre infinita de humo que, lo iba desplazando poco a poco hasta que finalmente, también terminó disipándose, dejando tras de sí, las paredes en ruinas de lo que hacía unos minutos, había sido la comisaría. Llamaradas medianas escapaban aun por los huecos que habían dejado las puertas y ventanas después de estallar. Mi padre volvió a insistir en que nos marcháramos al fondo de la casa, pero nos empecinamos en quedarnos, y él, quizá paralizado por lo que veía, no insistió. O tal vez simplemente, habíamos ensordecido. Lo cierto es que delante de los escombros, empezaron a aparecer como en una pesadilla horrenda, cuerpos inertes, algunos enteros, pero otros en pedazos, algunos aún con vida clamando ayuda, pero la mayoría hechos jirones, y entre ellos Luis Guzmán, mi vecino, mi mejor amigo, yacía tirado sobre la vereda, abrazando un pedazo de pelota, con la mitad que le quedaba de cuerpo. Entonces quise gritar, abrí mi boca tan grande como pude, pero solo pude exhalar un halo de silencio, desesperadamente, lloraba a mares, pero no podía gritar, mi voz se había apagado y las palabras  eran imposibles. Mi padre se dio cuenta que debía haber sido más drástico en su orden, así que se arrodilló y me abrazó tan fuerte, como jamás lo había hecho, mientras en el sofá, mi madre, se retorcía de angustia. Poco después, una turba de hombres, vestidos de llameros, descaradamente armados, caminaba sin reparo entre los escombros, aplastaban sin asco los cuerpos calcinados, arrimando con los pies aquellos que interrumpían su paso, profiriendo arengas cargadas de odio, disparando indiscriminadamente. – Es un ataque terrorista – le oí decir a mi madre entre sollozos.


Salimos de la sala detrás de mi padre, que entró al comedor a coger algunas provisiones, y nos marchamos hacía el fondo de la casa, mientras una lluvia de casquillos dorados, caían sobre las calaminas, para después dormir en las goteras como el mismísimo granizo en días de invierno. – Es un ataque terrorista – Volví a escuchar.
...

(Fragmento del relato "La lista negra" basado en el ataque terrorista del año 1984 a la ciudad de Coracora - Ayacucho - Perú)

1 comentario:

  1. Una etapa negra, que desgraciadamente muchos desconocen y otros quieren silenciar...Gracias por contarnos parte de esa historia que todos debemos conocer para no retornar jamás a lo mismo.

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