"Si pudiese volver a la juventud,
cometería todos aquellos errores
nuevamente;
sólo que más temprano."
TALLULAH
BANKHEAD
Publicó poco, murió a los 21 años, sin
embargo, ocupa las páginas doradas de la literatura peruana y su nombre está
inscrito entre los grandes, entonces, nos preguntamos que dijo Javier Heraud entre
verso y verso para haber alcanzado siendo casi un adolescente el sitial que hoy
ocupa, la respuesta se resume en una sencilla palabra: compromiso. Heraud era
un luchador que supo hacer de la poesía su principal arma, las esquirlas de sus
letras profundas alcanzaron a tocar masas y remover conciencias, a levantar espíritus
aletargados y encender la vocación de justicia adormitada en los corazones de
Latinoamérica.
Hoy, medio siglo después, revisando las voces
emergentes de la poesía peruana nos
topamos con una realidad preocupante, pues encontramos una serie de nombres que
van pasando sin pena ni gloria, que han escrito mucho, pero que no han dicho
nada, personajes sin logro alguno, pero que se comportan como si hubieran sido
consagrados en las enciclopedias universales.
Puede que se trate de un problema
generacional o quizá simplemente estemos ante la transición a una nueva
vertiente poética, ante una nueva escuela que bien podría llamarse, “la
generación fútil”, que influida por el consumismo avasallador de este siglo, parece haber olvidado que todo poeta tiene un
compromiso, que no necesariamente es de carácter social, hablamos de un
compromiso con el amor, con la vida, con la naturaleza y por qué no, con el
desamor y la muerte incluso.
Deben ser decenas de factores los que están
mal ayudando en esta suerte de aridez poética, sin embargo hay tres de ellos
que parecen ser los de mayor influencia:
LAS
PUBLICACIONES INDISCRIMINADAS: El Perú debe ser el país donde publicar un
libro es la empresa más sencilla, rápida y barata, por lo menos en cuanto al
ámbito Latinoamericano se refiere. Los únicos requisitos son: Tener una
cantidad módica de dinero y el segundo y más importante, ser compadre, cuñado o
colega de copas de un editor. Los filtros de calidad han sido reemplazados por
un amiguismo nocivo que le da luz verde a cualquier mamarracho y denomina
“POETA” a todo aquel que sepa escribir correctamente su nombre.
No existen leyes que rijan el campo editorial
y lo cierto es que no tendrían por qué haberlas, escribir es un arte y el arte
no se maneja por códigos coercitivos, más bien, son los editores quienes deben
regirse con ética y sensatez, sin embargo, dado el boom editorial actual en el país,
queda claro que estamos ante un mercadillo ambulante, un negociado
inescrupuloso donde solo importa obtener ganancias. Y como es de imaginarse,
esto arroja un resultado bastante curioso: Tenemos más editoriales que buenos
poetas.
Estas publicaciones apadrinadas por los seudo-editores
usualmente se hacían de manera individual, pero hoy, la forma de introducir un
nombre en el mercado literario a variado ligeramente, ahora se hace mediante
publicaciones colectivas, las cuales no son otra cosa que un conglomerado de
amigos con un sueño común: figurar. Los costos para este tipo de publicaciones
suelen ser bastante accesibles, pero no por ello dejan de redituar buenas
ganancias a los “recopiladores” que por los general son los mismos editores que
a su vez también aparecen como seleccionados en el libro, es decir una
democratización total e inaudita de la poesía. Los resultados de estas falsas
selecciones suele variar según los resultados de la crítica, si son negativas
se le llamará “MUESTRA” pero si hay benevolencia se le denominará “ANTOLOGIA”.
En suma, el común denominador aquí son las series
y series de libros publicados con apuro, escritos sin decantar y autores que se
saltan alevosamente el proceso fundamental de la maceración del texto, el cual
incluso en ciertos casos debería ser de varios años.
LOS
TALLERES DE POESIA: Otras
de las grandes aberraciones de nuestros tiempos son los ya populares talleres
de poesía, que al igual que el sistema editorial se maneja por intereses
absolutamente económicos, no se requiere prestigio ni renombre para dictar un
taller, el único requisito es tener alguna urgencia de dinero. En los talleres
se plantean dos objetivos de alta peligrosidad: El primero es convencer de que
la cualidad poética es innata a todo ser humano, el segundo objetivo es hacer
creer que el taller va a servir para hacer aflorar dicha cualidad, entonces nos
preguntamos ¿por qué se le denomina “don” al buen escribir? El resultado de
esta factoría es no menos que risible, tenemos una o dos decenas de voces
idénticas, sin personalidad ni individualidad, es decir, robots con textos
idénticos y repetitivos, a quienes bien podríamos seriar con códigos de barras
y un logotipo con las iniciales de quien dicto el taller. Aquí cabe una
pregunta de cierre: ¿A cuál de estos poetas de factoría prologaría Octavio Paz?
La poesía es la voz inervada y febril que
recorre las entrañas de cierta estirpe de seres privilegiados, pero incluso en
ellos, emerge muy raras veces, es un arte de pocos, libre espontánea y
silvestre que de ninguna manera puede sistematizada para ser enseñada o
aplicada como si ocurre por ejemplo con la narrativa u otras artes con
exigencias técnicas. Con esto queda claro que los talleres son un burdo invento
muy de estos tiempos, una especie de moda propia de una era en la que predomina
la trivialidad del hombre.
LA FALTA
DE LECTURA: Los
verdaderos maestros a los que debe recurrir todo aquel que quiera dedicarse a
escribir son los libros. La lectura es vital en la vida de todo ser humano,
pero en el caso de los escritores, tiene una función casi fisiológica, imprescindible
e ineludible, sin embargo, el peruano promedio evidencia una falta alarmante de
amor por la lectura, más aun en estos tiempos, donde miles de pretextos se
interponen entre los libros y los lectores, desde la televisión hasta la no
siempre bien utilizada internet. Las
consecuencias de la falta de lectura o de una lectura de poca calidad, se
evidencian tanto en la forma como en el fondo de lo que se escribe, ya sea por
la escasez de variantes lingüísticas, por la monotonía en los argumentos o por
la insustancialidad en lo dicho. La
lectura es la fuente del buen verso, nutre la lengua y amplia enormemente el
universo creativo, pues a través de los libros el mundo queda reducido a una
pequeña esfera que bien quepa en la palma de la mano y el conocimiento entra a
chorros. Está dicho, ningún poeta podrá sostenerse en pie sin una muralla de
libros detrás.
En líneas generales, este es el espectro
poético actual en el Perú, el cual claro está, se basa en autores publicados,
lo que de alguna manera deja una brecha de esperanza pues del anonimato, puede
que en cualquier momento broten nuevas voces omnipotentes como las que remecieron
nuestros espacios literarios hace 40 o 50 años, quizá, alguna pluma que
deslumbre por estética o temática y nos devuelta al podio de la buena poética, en el cual se enarboló tantas veces nuestra
bandera.
Cuando me propusieron escribir este artículo,
lo medité seriamente, tratándose de un tema sensible. Y las consecuencias han
sido no calculadas, una vuelta sobre mis escritos en busca de la esencia que me
aproxime al menos levemente al verdadero ser poeta.
Cuando acepté escribir este artículo, lo
pensé seriamente, recordando que también soy parte de esta generación, obligada
a levantarse en armas, mediante la palabra.
( Artículo publicado en la revista cultural Arteidea N° 14 - Perú - 2011)
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