LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

6.12.12

LA CAJITA FELIZ

(Serie: "New York" / Modelo: Isabella S. / Foto by: Patricia Solari)


Dejó la taza de café a medio terminar sobre la mesa, se acercó al mostrador para hacer su pedido y después caminó hacía el baño distraída hojeando las páginas del buzón del tiempo, el libro de Mario Benedetti que acababa de comprar. Guardó el libro en el bolso y entró al sanitario. Estaba levantándose el vestido cuando una llamada inesperada irrumpió y la detuvo. La voz al otro lado del celular le era extraña, estuvo a punto de cortar, pero la seguridad con que le hablaron le hizo dudar sobre si se trataba de alguna broma de algún amigo o conocido.
- ¿Hola mi amor, ya estás lista?
- ¿Quién habla?
- El hombre que te hará feliz.
- ¡Tarado!
Guardó el móvil en su bolso y prosiguió, sin embargo en menos de diez segundos, volvió a oír el timbre que por segunda vez, la detuvo con el traje a medio muslo.
- Mi amor ¿por qué me cortas?
- Oye idiota deja de molestar, ¿qué te pasa?
- Como que molestar mi vida, que sucede, pensé que ya habíamos acordado todo.
- Estás loco, no sé quién diablos eres.
Volvió a guardar el teléfono y se sentó en el inodoro. Esta vez, pasó algo más de un minuto antes de que lo oyera nuevamente. Intentó ignorar la llamada, pero la insistencia terminó por doblegarla y enfurecerla.
- ¿Qué quieres?
- Mi amor, no tengo demasiado tiempo, empecemos de una vez.
- ¿Empecemos qué? ¿Quién eres? te has equivocado de persona.
- Amor, por favor, no juegues así, ya quítate la ropa, que yo estoy listo y recostado para ti.
Esto último, repentino y altisonante, produjo en ella un interés inusitado, que aquieto su ánimo. El sujeto - ese extraño insolente que acababa de abordarla con prepotencia - tenía una voz singular, un magnetismo imperceptible que cuando le  ordenó quitarse la ropa, arrancó una dosis de corriente que le subió desde las plantas de los pies hasta las entrañas. Ahora más calmada y con voz de complicidad volvió a preguntar:
- ¿Quién eres?
La voz del otro lado no respondió la pregunta directamente, como quien finge no haber oído nada, pero a cambio, parecía cumplir con un guión bien aprendido:
- Quítate todo, déjate puesta la ropa interior y echa lo demás al piso.
- Está bien.
Un extraordinario deseo la envolvió completamente, sus gestos adustos cedieron para darle paso al ser candente que le habitaba regularmente, parecía presa de una hipnosis lúbrica, cuando se dio cuenta de ello y quiso reaccionar, ya era demasiado tarde, acababa de ser avasallada por el absurdo instante.
Así empezó el aberrado juego entre la dama del café, el extraño del teléfono y el baño público.
A lo lejos comenzó a oír por el altavoz distintos nombres, entre ellos tal vez el suyo, debía ser la persona encargada de entregar los pedidos.
Tal como le había ordenado el hombre, se quedó solo con la braga, dejó el vestido a un lado, atenta al teléfono, esperando nuevas instrucciones.
Hasta ese momento, todavía le quedaban restos de moral que la hacían cuestionarse, pero pronto la situación ya no dio para más análisis, los hechos se habían sucedido de manera abrupta, sin embargo cumplían con una condición para no detenerse: la sensación de goce absoluto.
- ¿De qué color y modelo es tu ropa interior?
- Crema. Es un hilo de encaje.
- ¡Que delicia! Baja el hilo ligeramente, lo necesario para que entre tu mano por arriba.
- como digas.
- Sumerge tus dedos índice y medio en tu boca. Empápalos.
- Ya lo estoy haciendo.
- ahora bájalos, mete la mano por debajo del hilo y empieza a humedecer tu vulva suavemente.
- ¡Uffff! En eso estoy. ¡Pero sigue guiándome!

Mucho antes de que los dedos llegaran a la mitad de su cuerpo, ya tenía la vulva empapada. La voz seductora en el teléfono, el lugar donde se encontraba, hasta el suponer que la llamaban por el altavoz, ayudaba a incrementar el raro deseo. Siguiendo las instrucciones del sujeto, introdujo los dedos indicados bajo la prenda interior y contactó con intensidad su zona más sensible. Mientras en el auricular se podían escuchar los gemidos del interlocutor, cada vez más hondos.
- Separa tus labios sutilmente usando los dedos y juega. Juega, pero no dejes de imaginar que es mi lengua la que yace ahí, escarbando hasta encontrar la punta de tu cofre.
- ¡Eso hago, pero sigue, no pares, no te calles, dame más carajo!

El resto de café se había enfriado, el encargado había guardado el pedido y dejado de llamarla por el altavoz, el sol empezaba a iluminar las calles, otras mujeres entraban y salían del baño, pero nada podía interferir con el torbellino de placer que emergía desde aquel lugar impropio. A esas alturas, el hilo crema de encaje, había corrido la misma suerte que el vestido. Ella, estaba ubicada de espaldas a la puerta apoyando uno de sus antebrazos sobre la tapa del inodoro, con las piernas completamente abiertas y el otro brazo cumpliendo cabalmente la labor de palanca. Su mano era la herramienta de placer operando al servicio del extraño que no dejaba de darle indicaciones y describir el momento como si estuviera ahí mismo, haciéndole aquello que ella cumplía con estricta obediencia. O al menos eso le parecía en su mar de lascivia.
Siguiendo las instrucciones del singular amante, fue cambiando de pose con el mismo vértigo con el que se ejecutan en vivo y en directo, acomodándose de acuerdo a lo que el espacio le permitía y a lo que le sugería el instante. Finalmente se recostó de espaldas al piso, con las piernas abiertas, apoyadas entre el tanque de agua y una pared lateral. En esa postura empezó a alcanzar una larga cadena de orgasmos que hacían retumbar el baño, ya había perdido la vergüenza y la cautela. Entre los gemidos que no podía contener, logró escuchar algunos murmullos de gente que evidenciaba haber notado que algo estaba sucediendo en esos dos metros cuadrados de frenesí. La ropa estaba esparcida indistintamente, incluso la de arriba, el sujetador colgaba del portapapeles y la cartera fungía de almohada. Sus senos redondos y lozanos saltaban en desorden con cada espasmo, y un charco empezaba a formarse debajo de sus glúteos adormecidos, mientras al otro lado de la línea, el hombre parecía estar disfrutando en la misma dimensión de las respuestas que recibía, ella había ejecutado con maestría todo lo que la imaginación podía abarcar, desde sus fantásticas habilidades con la boca, hasta su vasto conocimiento de posiciones y artimañas para estrangularle el miembro hasta dejarlo moribundo a media faena. Ella se decía hacedora de toda esa maravilla y él le creía como si la conociera desde siempre, de tal manera, que podían encontrarse en la misma dimensión. La de las mentiras permisibles. Las más peligrosas por cierto.

Después de media hora de vaivenes y poco antes de que el escandalo convocara un grupo numeroso de curiosos o incluso al personal del café, empezaron a bajar el ritmo de la plática, y aunque los últimos diez minutos habían estado plagados esencialmente de gemidos y gritos, aquello también fue cediendo espacio. El hombre cerró su parte oralmente, poco después de haberle bañado el rostro con una fantástica lluvia blanca. La última imagen volvió a elevar los ánimos pero la inminencia del escándalo público, cortó la escena de golpe. Ella reposó en silencio durante unos segundos y luego se puso de pie para vestirse. Su cuerpo seguía trémulo y tenía la mano que sostenía el teléfono, adormecida. No sabía cómo terminar la plática, el violador telefónico volvía a ser un completo extraño, las circunstancias una rara casualidad y ella, la mujer formal de siempre.
- Bueno, ya terminamos, no puedo negar que fue agradable la experiencia.
- ¡Ohh siiiii!
- Jamas había estado con un extraño y disfrutado de esta manera.
- ¿Extraño?
- ¿bueno acabamos de tener sexo telefónico pero eso somos no?
- ¿Marcela?
- ¿Perdón?
- ¿Marcela, eres tú?
- Eh, no, soy Isabella.
- Ah, este, bueno, perdóneme, creo que me equivoqué de número.
- ¿Qué?
- Discúlpeme de verdad. Adiós.
...

Un prolongado silencio ocupó el lugar, ella terminó de vestirse, entre risas y calambres, como era posible aquello, que tipo de historia era esa, carecía de sentido, salvo como una broma de pésimo gusto. Acababa de tener sexo telefónico con un idiota que se había equivocado al marcar. Aunque más de una decena de orgasmos - que incluso no recordaba haber alcanzado antes – le sugirieron que el idiota, se había equivocado en el momento ideal, aquel en el que la abstinencia la tenía al borde de la locura. Definitivamente se trataba de un milagro o por lo menos algo muy parecido.

Al salir del baño, dos mujeres la observaban con ojos de espanto, no creo que hubieran estado allí todo el tiempo, seguramente habían escuchado la conversación final. Lo cual por supuesto, le importaba poco.  
Aceleró el paso pues le quedaban minutos para entrar al trabajo. Pasó por su mesa, la taza de café ya no estaba, así que se acercó con apuro al módulo de atención para recoger su pedido.
- Aquí tiene su cajita feliz, esperamos haya disfrutado su estancia aquí, vuelva pronto señora Marcela.
- ¿Perdón, como me llamó?
...

1 comentario:

  1. Anónimo11.12.12

    Muy bueno como siempre cautiva a sus lectores es un gran poeta mis felicitaciones toda su poesia es buena tiene el don de hacer volar la imaginacion de muchos exitos joven poeta.

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