(Serie: "New York" / Modelo: Isabella S. / Foto by: Patricia Solari) |
Dejó la taza de café a medio terminar sobre
la mesa, se acercó al mostrador para hacer su pedido y después caminó hacía el
baño distraída hojeando las páginas del buzón
del tiempo, el libro de Mario Benedetti que acababa de comprar. Guardó el libro
en el bolso y entró al sanitario. Estaba levantándose el vestido cuando una
llamada inesperada irrumpió y la detuvo. La voz al otro lado del celular le era
extraña, estuvo a punto de cortar, pero la seguridad con que le hablaron le
hizo dudar sobre si se trataba de alguna broma de algún amigo o conocido.
- ¿Hola mi amor, ya estás lista?
- ¿Quién habla?
- El hombre que te hará feliz.
- ¡Tarado!
Guardó el móvil en su bolso y prosiguió, sin
embargo en menos de diez segundos, volvió a oír el timbre que por segunda vez,
la detuvo con el traje a medio muslo.
- Mi amor ¿por qué me cortas?
- Oye idiota deja de molestar, ¿qué te pasa?
- Como que molestar mi vida, que sucede,
pensé que ya habíamos acordado todo.
- Estás loco, no sé quién diablos eres.
Volvió a guardar el teléfono y se sentó en el
inodoro. Esta vez, pasó algo más de un minuto antes de que lo oyera nuevamente.
Intentó ignorar la llamada, pero la insistencia terminó por doblegarla y
enfurecerla.
- ¿Qué quieres?
- Mi amor, no tengo demasiado tiempo,
empecemos de una vez.
- ¿Empecemos qué? ¿Quién eres? te has
equivocado de persona.
- Amor, por favor, no juegues así, ya quítate
la ropa, que yo estoy listo y recostado para ti.
Esto último, repentino y altisonante, produjo
en ella un interés inusitado, que aquieto su ánimo. El sujeto - ese extraño
insolente que acababa de abordarla con prepotencia - tenía una voz singular, un
magnetismo imperceptible que cuando le ordenó quitarse la ropa, arrancó una dosis de
corriente que le subió desde las plantas de los pies hasta las entrañas. Ahora
más calmada y con voz de complicidad volvió a preguntar:
- ¿Quién eres?
La voz del otro lado no respondió la pregunta
directamente, como quien finge no haber oído nada, pero a cambio, parecía
cumplir con un guión bien aprendido:
- Quítate todo, déjate puesta la ropa
interior y echa lo demás al piso.
- Está bien.
Un extraordinario deseo la envolvió
completamente, sus gestos adustos cedieron para darle paso al ser candente que
le habitaba regularmente, parecía presa de una hipnosis lúbrica, cuando se dio
cuenta de ello y quiso reaccionar, ya era demasiado tarde, acababa de ser
avasallada por el absurdo instante.
Así empezó el aberrado juego entre la dama
del café, el extraño del teléfono y el baño público.
A lo lejos comenzó a oír por el altavoz distintos
nombres, entre ellos tal vez el suyo, debía ser la persona encargada de entregar
los pedidos.
Tal como le había ordenado el hombre, se quedó
solo con la braga, dejó el vestido a un lado, atenta al teléfono, esperando
nuevas instrucciones.
Hasta ese momento, todavía le quedaban restos
de moral que la hacían cuestionarse, pero pronto la situación ya no dio para más
análisis, los hechos se habían sucedido de manera abrupta, sin embargo cumplían
con una condición para no detenerse: la sensación de goce absoluto.
- ¿De qué color y modelo es tu ropa interior?
- Crema. Es un hilo de encaje.
- ¡Que delicia! Baja el hilo ligeramente, lo
necesario para que entre tu mano por arriba.
- como digas.
- Sumerge tus dedos índice y medio en tu
boca. Empápalos.
- Ya lo estoy haciendo.
- ahora bájalos, mete la mano por debajo del
hilo y empieza a humedecer tu vulva suavemente.
- ¡Uffff! En eso estoy. ¡Pero sigue
guiándome!
Mucho antes de que los dedos llegaran a la
mitad de su cuerpo, ya tenía la vulva empapada. La voz seductora en el teléfono,
el lugar donde se encontraba, hasta el suponer que la llamaban por el altavoz, ayudaba
a incrementar el raro deseo. Siguiendo las instrucciones del sujeto, introdujo
los dedos indicados bajo la prenda interior y contactó con intensidad su zona
más sensible. Mientras en el auricular se podían escuchar los gemidos del interlocutor,
cada vez más hondos.
- Separa tus labios sutilmente usando los
dedos y juega. Juega, pero no dejes de imaginar que es mi lengua la que yace
ahí, escarbando hasta encontrar la punta de tu cofre.
- ¡Eso hago, pero sigue, no pares, no te
calles, dame más carajo!
El resto de café se había enfriado, el
encargado había guardado el pedido y dejado de llamarla por el altavoz, el sol
empezaba a iluminar las calles, otras mujeres entraban y salían del baño, pero
nada podía interferir con el torbellino de placer que emergía desde aquel lugar
impropio. A esas alturas, el hilo crema de encaje, había corrido la misma
suerte que el vestido. Ella, estaba ubicada de espaldas a la puerta apoyando uno
de sus antebrazos sobre la tapa del inodoro, con las piernas completamente
abiertas y el otro brazo cumpliendo cabalmente la labor de palanca. Su mano era
la herramienta de placer operando al servicio del extraño que no dejaba de
darle indicaciones y describir el momento como si estuviera ahí mismo,
haciéndole aquello que ella cumplía con estricta obediencia. O al menos eso le
parecía en su mar de lascivia.
Siguiendo las instrucciones del singular
amante, fue cambiando de pose con el mismo vértigo con el que se ejecutan en
vivo y en directo, acomodándose de acuerdo a lo que el espacio le permitía y a
lo que le sugería el instante. Finalmente se recostó de espaldas al piso, con
las piernas abiertas, apoyadas entre el tanque de agua y una pared lateral. En
esa postura empezó a alcanzar una larga cadena de orgasmos que hacían retumbar
el baño, ya había perdido la vergüenza y la cautela. Entre los gemidos que no
podía contener, logró escuchar algunos murmullos de gente que evidenciaba haber
notado que algo estaba sucediendo en esos dos metros cuadrados de frenesí. La
ropa estaba esparcida indistintamente, incluso la de arriba, el sujetador
colgaba del portapapeles y la cartera fungía de almohada. Sus senos redondos y lozanos
saltaban en desorden con cada espasmo, y un charco empezaba a formarse debajo
de sus glúteos adormecidos, mientras al otro lado de la línea, el hombre
parecía estar disfrutando en la misma dimensión de las respuestas que recibía, ella
había ejecutado con maestría todo lo que la imaginación podía abarcar, desde
sus fantásticas habilidades con la boca, hasta su vasto conocimiento de
posiciones y artimañas para estrangularle el miembro hasta dejarlo moribundo a
media faena. Ella se decía hacedora de toda esa maravilla y él le creía como si
la conociera desde siempre, de tal manera, que podían encontrarse en la misma
dimensión. La de las mentiras permisibles. Las más peligrosas por cierto.
Después de media hora de vaivenes y poco
antes de que el escandalo convocara un grupo numeroso de curiosos o incluso al
personal del café, empezaron a bajar el ritmo de la plática, y aunque los
últimos diez minutos habían estado plagados esencialmente de gemidos y gritos, aquello
también fue cediendo espacio. El hombre cerró su parte oralmente, poco después
de haberle bañado el rostro con una fantástica lluvia blanca. La última imagen
volvió a elevar los ánimos pero la inminencia del escándalo público, cortó la
escena de golpe. Ella reposó en silencio durante unos segundos y luego se puso
de pie para vestirse. Su cuerpo seguía trémulo y tenía la mano que sostenía el
teléfono, adormecida. No sabía cómo terminar la plática, el violador telefónico
volvía a ser un completo extraño, las circunstancias una rara casualidad y ella,
la mujer formal de siempre.
- Bueno, ya terminamos, no puedo negar que
fue agradable la experiencia.
- ¡Ohh siiiii!
- Jamas había estado con un extraño y
disfrutado de esta manera.
- ¿Extraño?
- ¿bueno acabamos de tener sexo telefónico
pero eso somos no?
- ¿Marcela?
- ¿Perdón?
- ¿Marcela, eres tú?
- Eh, no, soy Isabella.
- Ah, este, bueno, perdóneme, creo que me
equivoqué de número.
- ¿Qué?
- Discúlpeme de verdad. Adiós.
...
Un prolongado silencio ocupó el lugar, ella
terminó de vestirse, entre risas y calambres, como era posible aquello, que
tipo de historia era esa, carecía de sentido, salvo como una broma de pésimo
gusto. Acababa de tener sexo telefónico con un idiota que se había equivocado
al marcar. Aunque más de una decena de orgasmos - que incluso no recordaba haber
alcanzado antes – le sugirieron que el idiota, se había equivocado en el
momento ideal, aquel en el que la abstinencia la tenía al borde de la locura.
Definitivamente se trataba de un milagro o por lo menos algo muy parecido.
Al salir del baño, dos mujeres la observaban
con ojos de espanto, no creo que hubieran estado allí todo el tiempo,
seguramente habían escuchado la conversación final. Lo cual por supuesto, le
importaba poco.
Aceleró el paso pues le quedaban minutos para
entrar al trabajo. Pasó por su mesa, la taza de café ya no estaba, así que se
acercó con apuro al módulo de atención para recoger su pedido.
- Aquí tiene su cajita feliz, esperamos haya
disfrutado su estancia aquí, vuelva pronto señora Marcela.
- ¿Perdón, como me llamó?
...
Muy bueno como siempre cautiva a sus lectores es un gran poeta mis felicitaciones toda su poesia es buena tiene el don de hacer volar la imaginacion de muchos exitos joven poeta.
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