LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

30.7.10

HOSPICIO: DIEZ HISTORIAS DE AMOR

("Del amor y el tiempo" foto by:  Yves Rodriguez - Perú)




PROBLEMAS DE ASTRONOMIA: Cuando la conocí tenía 20 años y yo… no no, tenía 21 y yo….o eran 20…. Bueno, no importa…
Llevamos varios años juntos y hoy, cuando pienso en las razones que la atan a mí, me cuesta mucho eludir ciertas interrogantes propias de una pareja con algunas temporadas compartidas. Con los años sucede que se gana o se pierde confianza en uno mismo, parece que yo la he ido perdiendo paulatinamente, me miro en el espejo cada mañana, y me pregunto con más frecuencia, ¿por qué yo? Que razones podrían llevar a una mujer hermosa e inteligente a enredarse en amoríos sin futuro con un hombre como yo, que fui incapaz de prometerle el tiempo, que nunca alcance frenesí para ofrecerle la eternidad, ni cordura para preguntarle, hasta cuándo. Ahora, quizá sea un poco tarde, es imposible a estas alturas hablar de realidades cercanas o bajar los pies a tierra firme.
Cuando la conocí me habló al oído, me miró a los ojos, tomó mis manos y me puso en la estratosfera, el panorama desde esa altura es hermoso, el mundo es tan pequeño que entra en la palma de la mano, las estrellas rozan los hombros y la luna ha de pasarse agachando un poco la cabeza, si no quise bajar entonces, no tiene caso hacerlo ahora.
Acostumbrábamos pasear con la frente alta y compartir besos adolescentes en lugares públicos, nunca fuimos diferentes a las demás parejas.
Cuando la conocí, todo parecía perfecto, pero ahora, que el maderamen de mi cuerpo se vuelve endeble empiezo a entenderlo. No es que un viejo no conozca sus límites, es que en la estratosfera no se envejece nunca, y yo solía tener cinco años todo los años, hasta que un día, dejó de besarme con ternura, los paseos con orgullo quedaron en el olvido, empecé a verme solo en casa, después solo en la cama, solo en la vida, caí desde la estratosfera y desperté de golpe, también solo.

Cuando la conocí ella tenía 20 años y yo 83 pero no me importaba, ahora es tarde para entenderlo y ya no caben los reclamos, porque yo la amo, pero ella, ella nunca me amó.


EL CUENTO DEL LOBO: Me dijo que se llamaba Débora.
Nos conocimos en la biblioteca, nos habíamos sentado muy cerca el uno del otro, lanzamos miradas de fuego, nos olvidamos de los libros, nos saludamos solemnemente, dejamos los libros atrás y nos acercamos arrastrando las sillas con los pies de puntillas, pronto estábamos lado a lado, hablando de la vida, del amor, del cuerpo, nos confiamos secretos, me contó con vergüenza que tenía poco menos de cuarenta años y yo puse todo mi entusiasmo para hacerle entender lo estupendamente bien que se veía. Yo tengo 28 le dije, entonces, me invitó a su vida.
Pasamos jornadas inolvidables entre hostales, buses y bares, me confesó que no se llamaba Débora si no Casilda, yo le confesé que no tenia 28 si no 21, era tarde para que importara.
Nos escapábamos del mundo cada vez con más frecuencia, hasta que los cuerpos no soportaron más espacio y me pidió que me quedara con ella en casa algún tiempo, nos habíamos enamorado perdidamente. La vida en común se hizo un sueño, hacíamos el amor con libertad donde nos cogía la urgencia y a horas inapropiadas, llegábamos siempre tarde, hacíamos ruido y rompíamos al menos un jarrón por semana cuando el alcohol sobrepasaba los límites permitidos. Éramos dos equinos salvajes, sueltos en la pradera. Así es el amor me decía antes de dormir….
Cuando llegamos aquella madrugada, nos esperaba en la puerta una muchacha bastante joven, traía consigo un par de maletas, se saludaron afectuosamente. Es mi Hija me dijo, lamento no habértelo comentado, es que vive en Brasil y solo viene de vacaciones. A bueno…
Tropezamos a medianoche en el hall, semidesnudos, nos miramos con toda la paciencia del universo, hurgamos nuestros cuerpos con desparpajo, se nos pasó el sueño y decidimos aclarar un tema que sentíamos pendiente desde el instante en que nos vimos.
Era previsible que el escándalo se oyera en todo los rincones de la casa, pero en esos vaivenes importaba poco, hasta que llegó al dormitorio. Débora nos descubrió a media jornada, apenas tuvimos tiempo para recuperar el aliento, porque la moral ya era inalcanzable.
Los improperios y maldiciones se oyeron durante más de una cuadra y yo, mientras huía a toda prisa, pensaba en el amor y sus altibajos, la dejé llorando hecha pedazos, ella me amaba a toda prueba, pero yo, quedó claro, yo no la amé.


HASTA QUE LA MUERTE NO SE PARE: no le prometí nada, ella tampoco, pactamos escribir la historia día a día, no avizoramos las consecuencias porque el amor es un proceso, salíamos de episodios tormentosos, éramos dos almas urgidas de paz y honestidad, por eso nos juntamos, por deseo y afecto pero también por esperanza y con esperanza nos involucramos, sonreímos, reímos, apretamos las manos.
Respetamos los códigos de su formación conservadora, al fin y al cabo, mi vida pasada reciente derrochaba lujuria pero carecía de afecto. Pasábamos horas completas conversando de todo los temas posibles, le robaba besos a cuenta gotas y caricias solo en fechas especiales, cuando sabía que sería ofensivo recibir un no. Nos aprendimos la programación de 53 canales, repetimos algunos capítulos de las historias de nuestras vidas, por épocas nos dedicamos a los juegos de mesa, porque los de cama no tenían cabida.
Una tarde tuvimos la venia del cielo, cuando un aguacero cayó como pocas veces en la ciudad y nos empapó de pies a cabeza, nos abrazamos románticamente y jugamos entre charco y charco, eran indicios de amor.
Cuando cumplimos tres años, nuestra vida juntos había alcanzado plenitud absoluta, celebramos aquella ocasión a luz de luna y velas, bebimos con exceso y felicidad, bailamos una decena de canciones del álbum de la banda sonora de nuestras vidas y sutilmente, fue ella quien me arrastró con alma de depredadora hacia su lecho. Nos quitamos la ropa con apuro y disfrutamos viéndonos desnudos, la abrasé con todo el amor posible, de pronto, pegó el rostro a mi pecho como escondiendo la vergüenza, la acaricié con ternura, hasta que sentí gotas tibias deslizarse lentamente sobre mi piel, levanté su rostro de pétalo y le sequé las lágrimas con los labios, quise explicarle los efectos naturales del deseo y los cuerpos, pero ella me calló de manera áspera, se sentó a mi lado y me confesó entre sollozos interminables porque llevaba años eludiendo ese momento que en realidad deseaba desde el primer día que nos vimos.
La tomé nuevamente de los hombros, la recosté con delicadeza, seguí bebiéndome sus lágrimas, le callé el dolor con besos infinitos y le hice el amor hasta el amanecer…
Hoy enfrentaré la vida real, el médico me preguntará como me contagié, yo le diré que fue por decisión, que fue mi esposa quien me inoculó el virus mortal una noche de amor, la del amor mas honesto de la historia, me dirá que soy un tonto y yo le diré, no, lo que sucede es que no la dejaré morir sola, porque la amo, y ella, ella también me ama.


LA CULPA ES DE JEAN PAUL: Fingía leer para no sentirme solo, daba sorbos lentos para tardar un poco más y poder seguir contemplándola, era una mujer de ensueño, hermosa de pies a cabeza, inalcanzable para un mortal ordinario. Cuando recuperé el sentido del tiempo, terminé mi café y Salí para coger un taxi a casa. Una mano de porcelana me sujetó el hombro y me pidió prestado el libro, como si de un viejo conocido se tratara, era ella, la mujer de ensueño, le apetecía tener una charla profunda sobre Sartré, o al menos eso me dijo, nos fuimos juntos, para siempre.
Desde entonces cada domingo acudía a misa de 7:30 a.m. para agradecerle a Dios la extensa lista de cualidades que poseía la mujer que yo poseía. Era la mas hermosa e inteligente del universo, amábamos las mismas cosas, compartíamos libros y música, disfrutábamos el cine y la poesía, ella era socióloga de profesión pero los fines de semana era presentadora de eventos o modelo de algún desfile, mientras yo leía en bares y cafés del centro de la ciudad y por lo menos un día a la semana, nos dábamos algunas vueltas por avenidas y plazas, para seguir alimentando el ego, porque todo buen escritor debe encontrar su musa y lucirla para el mundo lo sepa.
Unos meses después, habíamos aprendido a conocernos a fondo, nos leíamos pensamientos, nos anticipábamos a los deseos del día, me acomodaba la corbata mientras yo reducía con los dedos el exceso de rubor en sus mejillas de muñeca, ella hacia el café y yo las tostadas, siempre había una rosa fresca junto a su bolso de mano y una nota sellada con lápiz labial dentro de mi portafolio.
Me sentía el dios del universo, las muestras de envidia eran notorias, éramos la pareja perfecta, si ella se había fijado en mi, entendí que debía verme también hermoso y cautivador, solíamos ser el centro de atención en las reuniones sociales, empezaron a llamarme señor y a referirse a ella como mi esposa, siempre teníamos reservados los mejores asientos, las primeras filas, las mesas mejor ubicadas., me saludaban en la calle sin conocerme. Eso se conseguía por poseer una mujer hermosa, mi padre estaría orgulloso. Gracias Dios.
La mañana siguiente a nuestro primer aniversario, me desperté fastidiado por el reflejo de un destello repentino en la alcoba, busqué el origen del tal fuerza luminosa y me di con su rostro, su beldad se había multiplicado al punto de no dejarme reconocerla, se puso de pie, y su desplazamiento se hizo etéreo, corrí hacia ella para abrazarla y pedirle que me despierte del extraño sueño, pero me fui de bruces, era solo la silueta perfectamente delineada de un ser inexistente. Me pidió explicaciones en un mar de lágrimas, no pude hilvanar respuestas coherentes, no dije nada. Nunca quiso volver a verme…
Durante algunas semanas, debí soportar los cuestionamientos de todos aquellos quienes se creían con derecho a juzgarme por haber dejado a la mujer perfecta, para que explicarles que la belleza es peligrosa y que el amor bueno dista de la perfección, si nadie quiere entenderlo, para que contarles que ahora busco una mujer con asimetría facial, que pugne infructuosamente por quitarse la celulitis del cuerpo, que siempre tenga gramos excedentes por los que preocuparse, que se tarde dos horas para arreglarse antes de ir al mercado, busco un ser humano alcanzable y eterno, no quiero mas sitios preferenciales ni comentarios halagadores, no quiero ser el centro de las fotografías, ni el hombre envidiado del país, no quiero ser el escritor de las apariencias, quiero tener con quien pelear una vez al mes, quiero alguien que me abra dudas, quiero alguien que me haga llorar de vez en cuando y que me recuerde que soy un mortal ordinario.
No he vuelto a misa de 7:30 am, solo para evitar recordar, que no pude corresponder a la mujer perfecta, porque aunque ella me amó, queda claro que yo, yo no la amé.


EL ESTRENO: Nos conocimos en una persecución callejera, eran tiempos de carnaval, me había tomado la confianza de empaparla de pies a cabeza y desatar su ira. Después de un tramo como fugitivo, el cansancio me venció y su voluptuosa humanidad se hizo sobre mí para cobrar venganza. La paliza fue atenuada por un roce permanente de sus enormes senos sobre mi espalda. Se fue notoriamente aliviada y yo, me quedé agazapado en un rincón de la calle, adolorido. Enamorado.
Desde entonces me dediqué a merodear el frente de su casa, me apostaba allí cada mañana con la única intención de captar su atención, no quería mojarla nuevamente, no quería otra paliza, pero tampoco quería pasar un solo día sin tener sus ojos de fuego quemándome, quería hacerle suponer que cada mañana al salir de casa me vería de todas maneras, quería ser el bulto ineludible en la vereda, parte del itinerario en su lista de cosas por mirar.
Durante algún tiempo podía leer a lo lejos la catarata de improperios que soltaba cuando me veía sentado frente a su puerta, pero cuando se dio cuenta que no tenía más intensiones perjudiciales, fue olvidando nuestro primer encuentro y cediendo sin saberlo a mis más oscuros planes. Pronto Empezó a saludarme, luego se hizo cordial, se quedaba a intercambiar algunas palabras, hasta que en cierta ocasión me invitó a entrar a la pequeña bodega que administraba, para charlar con más comodidad.
Pasábamos largas horas conversando y jugando poker, alguna vez, se me ocurrió que podríamos correr alguna apuesta, como solía ganarme casi siempre, le pareció perfecta la idea. Por cosas del azar, aquella tarde arrasé con toda las mangas, así fue que conseguí el primer beso de mi vida.
Me acostumbré al sabor viscoso de sus labios, me enseñó a cerrar la boca un poco más para dejar de parecer lagarto, me instruyó en el arte de serpentear la lengua y al cabo de unas semanas, me otorgó la certificación que me convertía en un buen besador. En días con demasiados clientes, me escondía, en una gaveta del mostrador para poder agacharse entre cliente y cliente y no dejarme olvidar las lecciones aprendidas, mientras yo, como buen alumno, la supe sorprender más de una vez, sobre todo, el día que me gradué al descubrirle un garbancito entre las piernas, arrancándole un gemido delante de unas beatas que salieron espantadas de la tienda…
Cuando llegué aquella mañana y me detuvo en la puerta de mala manera, pensé que se trataría de una eventualidad, pero al ver sentado en mi lugar de siempre a ese tipo, entendí el fondo del asunto, lo reté a los puños allí mismo, el hombre que vestía traje militar, se rió a carcajadas y me mando a buscar mi mamila. Partí derrotado y triste, pero camino a casa pensaba que después de todo, mi relación con ella, no llegaría a ningún lado, me sentí más aliviado pensando que era suficiente lo vivido. Ella tenía 24 y yo 9 cuando me enseñó a besar, pero sin duda nunca me amó y yo, yo tampoco la amé.


EN NOMBRE DEL FINADO: Cuando le propuse un romance, se echó a reír, cuando le insistí se puso iracunda y antes de dejarme solo en la pista de baile me mostró un anillo de compromiso que utilizo como un fusil para matar mis ilusiones.
En algunas ocasiones tropezamos en la misma calle, ella, me eludía sin reparos y yo, terminaba siempre persiguiéndola algunas cuadras, hasta que empezaba a sentirme idiota y la dejaba marchar, sin embargo el tiempo me dio ocasión de explicarle mis intenciones.
Coincidimos en el velorio de un amigo en común, me senté a su lado, ella se fue a contemplar al finado, me fui a contemplar al finado, ella se sentó lo más lejos posible, me senté lo más lejos posible, ella se fue por un café, me fui por un café, ella volvió a sentarse lo más lejos posible, luego a mirar al difunto y finalmente terminó sentándose a mi lado por falta de sitio. Te lo juro por el muerto, no pretendo llevarte a la cama…
Se tomó algún tiempo para creerlo, pero finalmente lo entendió, pude volver a su vida, me resigné a ser el buen amigo que ella esperaba, y así descubrí que no necesitaba proclamarme como su propietario para vivir una historia extraordinaria. Nos hicimos inseparables, me gustaba impresionarla con demostraciones de hombre fuerte, abría las puertas de mala manera, inventaba historias de afrentas urbanas, me enfrentaba boca a boca con galanes callejeros y espantaba a mano limpia a los perros bravos, pero nada de eso parecía impresionarla tanto como cuando le limpiaba el asiento del parque con las mangas o cuando escuchaba callado su historial de desavenencias sentimentales. Aprendimos a fumar y beber irresponsablemente, de vez en cuando se nos podía ver en algún rincón del pueblo tambaleándonos a medianoche y riendo desaforadamente por razones que solo Dios entendería.
Nunca quise pensar en el momento en que la vería marcharse a su ciudad, en ocasiones es mejor obviar la realidad, pero, cuando el día llegó, trajo la certeza de un golpe mortal.
Pasamos la víspera de su viaje, juntos, compramos una botella de ron que bebimos directamente del pico durante toda la madrugada, recorriendo calles y plazas, eran tiempos de fiesta en el pueblo, había música por doquier, bailes callejeros, gente durmiendo en las veredas abrazados a postes o a perros sin dueño. Cuando el vorágine del trago nos consumió, terminamos zapateando huaynos, en medio de una comparsa de desconocidos, que nos arrastraron a la juerga hasta entrados los primeros destellos del amanecer serrano. La acompañé a casa hablando de Dios, le enseñé el camino hacia la fe y ella me enseñó como el amor trasciende del cuerpo, lloramos sin vergüenza y nos prometimos lazos perdurables. Se fue.
Intercambiamos cartas durante meses y los domingos teníamos una cita infalible en el teléfono comunitario, pero en una ocasión, llegó una carta que abarcaba varios pliegos de papel, explicándome que había roto su compromiso, que añoraba los meses pasados y que ya no podía vivir sin mi…
Cuando aparecí en su puerta quedó perpleja, callé el silencio con un abrazo, tomó un abrigo y escapamos secretamente a otra ciudad, sin planes, sin explicaciones ni preguntas y vivimos hasta donde nos fue posible las mismas cosas que extrañábamos, ahora la podía tomar de la mano, ahora no cargaba un anillo cancerbero, ahora podíamos caminar sin importarle al resto del mundo como lo hiciéramos. Volvimos a negarnos a futuras partidas y adioses, conocíamos la fórmula del gota a gota, tiramos los relojes al mar, vendamos nuestros ojos para desconocer definitivamente el día y la noche, despertaríamos a la realidad, cuando las almas lo dictaran.
Cuando las almas lo dictaron, descubrimos que no estábamos preparados para partirnos nuevamente, ahora, siameses, sangramos profusamente al dividirnos, sin embargo procuramos tener serenidad, pero era definitivo, fuimos honestos, restablecimos los códigos de la realidad, guardamos el idilio en una urna de poliestireno. Adiós…
La he vuelto a ver después de muchos años, sabe que me he vuelto un soltero empedernido y me comenta aliviada que así no hubiera funcionado, reímos y recordamos el tiempo juntos, hablamos del presente, me confiesa que terminó casándose con el mismo que dejó por mi culpa. Nos quedamos en silencio.
La despedida tuvo el sabor agrio del pasado, apretó mi mano cálidamente como para dejarme claro que fui el hombre de su vida y entre lágrimas espontáneas procuré hacerle entender también, que mi soledad se debía a que nunca pude encontrar otro ser como ella al que quise sin siquiera haber besado una vez. Regresé a casa sabiendo cuanto la amé y sabiendo que ella, que ella también me amó.


RESPONSO: Desarmaban el mundo como pequeñas ardillas, crecieron destrozando el césped del jardín, se hicieron adolescentes toqueteándose en la penumbra del portal de la casa…
No podían existir en el universo dos personas químicamente más idénticas, dividían los trozos de pan seco que recogían del piso y lo untaban con barro, se revolcaban en los mismos charcos de agua, jugaban al fútbol y a las muñecas con la misma convicción, acudieron a su primer baile juntos en la época del colegio y fue entonces cuando descubrieron los primeros indicios del amor, habían dejado los juegos párvulos de lado y empezaron a caminar por un sendero plagado de novedades subcutáneas y en cada paso andado fueron entendiendo que existen seres predestinados que llevan juntos vidas enteras, viajando de cuerpo en cuerpo, habiendo sido tal vez pterodáctilos, peces, ovejas u hombres de siglos pasados, era seguro que sus manos se conocían desde el principio de la creación, existía un lenguaje ininteligible para el universo pero que ellos dominaban entre mirada y mirada, muy juntos parecían un solo cuerpo y separados dos haces de la misma estrella…
Cuando anunciaron su boda la entendimos como el trámite para una historia ya escrita, podían casarse o no hacerlo jamás y daba lo mismo, pues en esa vieja historia que arrastraban desde tiempos inmemoriales sin duda, abrían en más de una ocasión entrecruzado lazos de cuerpo y alma.
La ceremonia fue maravillosamente sencilla, y las emociones se desbordaron cuando detuvieron el baile para anunciar ese regalo que la providencia había enviado semanas atrás en forma de nuevo ser…
Partieron para la luna de miel hace solo dos días pero por obra del destino los tenemos de vuelta aquí antes de lo previsto, más unidos que nunca, el médico legista nos explicó que cuando llegaron al lugar del accidente, los encontraron abrazados y completamente fríos, para separarlos tendrían que haberlos cortado, pero, quienes somos los hombres para separar lo que Dios quiso unir hace millones de años, por eso, en nombre de esta historia irrepetible, decidimos dejarlos unidos y que sus cuerpos descansen en un solo cajón, para que el universo sepa, que ella siempre lo amó, y mi hijo, mi hijo también la amó…


BODAS DE PLATA: El doce de noviembre tenía una entrevista de trabajo, pero llegué después de la hora pactada y quedé descalificado. Me fui por un café, para menguar la rabia y el frío invernal.
Mi periplo de frustración, acabó dejándome en una estrecha calle, plagada a lo largo o ancho de luces de neón, distribuidas en paredes, puertas y ventanas…
Me interné con cautela, creyéndome inmerso en los bajos fondos, pero descubrí que se trataba de un pequeño limbo que acogía a decenas de artistas sin renombre, pero absolutamente fascinantes. Las luces de neón eran solo la artimaña para atraer almas perdidas…
Le pregunté si era pintora, me dijo que no, tampoco escultora, ni cuenta cuentos, no llevaba algún instrumento, no traía artilugios para deducirlo. No soy artista, me abandonaron aquí, hace dos días.
Le pedí que me acompañara con el café, se sujetó a mi brazo con fuerza, sin mayores aspavientos, caminamos sin destino, sin prisa y terminamos en la mesa de un pequeño restaurante de alguna calle aledaña, que ninguno conocía, no éramos de esta ciudad. Su languidez era inocultable, pero se daba tiempo para ir narrándome entre bocado y bocado como un tipo sin entrañas la llevó con argucias de mal amor a ese lugar en el que ella jamás había estado, para dejarla abandonada sin dinero y sin esperanza.
Lagrimas a borbotones mojaban sus dedos trémulos cuando me confesó como la noche anterior había tenido que acostarse con la dueña de una de las galerías de la calle neón, para no morir de frió y hambre. Bebí un último sorbo antes de que el corazón se me saliera por la boca, perplejo, no sabía cómo decirle que hay sucesos en la vida que no tienen respuesta incluso para una mujer que es capaz de cruzar el mundo por amor. Le puse mi sobre todo, la abracé y volvimos a perdernos en calles inexploradas, le conté sobre mi viaje de catorce horas, mi desventura laboral y mis desaventuras amorosas, intercambiamos pasajes de nuestras vidas, descubrimos historias semejantes, intereses parecidos y también coincidentes inclinaciones pueriles, horas después, caímos en cuenta que había olvidado mi maletín de ropa en algún lado, pero nos resignamos y seguimos.
Encontramos una antigua capilla con las puertas abiertas, corrimos hacia ella, empapados por la lluvia intensa que nos sorprendió cuadras atrás, era muy tarde para alguna ceremonia, debían estar por cerrar el templo, así que la jalé rápidamente hacia el confesionario. Nos escondimos.
Un monaguillo se acercó con un manojo de llaves gigantes, aseguró el portal, apagó las luces y se marchó. Cuando entendimos que estábamos solos, abandonamos nuestra guarida, nos arrodillamos ante el altar para pedir perdón por el sacrilegio, acomodé mi sobretodo en una alfombra arrumada bajo un cuadro del corazón de Jesús, la recosté delicadamente, acomodé mi brazo como almohada debajo de su cabeza, me pegué a ella para mantener el calor de los cuerpos y antes de darnos las buenas noches, le tomé la mano y le pedí que se casara conmigo, me sugirió que antes de pensar en mi propuesta, sería conveniente decirnos nuestros nombres, sonreímos, nos presentamos cordialmente. Me dijo que sí.
El doce de diciembre, volvimos a la capilla, era seguro que llovería torrencialmente antes o después de la boda, era seguro que el monaguillo llegaría minutos antes de las diez a cerrar el portal, pero también era seguro que la amaba, y que ella, que ella también me amaba.


EL AÑO ANTERIOR: Nunca le pedí que fuera mi novia, solo aproveché la oscuridad de la calle para robarle un beso, que a la postre fue el único en tres años de relación. Vivíamos en ciudades distintas, y solo en épocas de fiesta era posible vernos, era un suceso extraordinario tener que esperar un año para volver a encontrarla, en cada nueva ocasión éramos distintos, a veces más grandes y otras más pequeños el uno del otro, nuestros cuerpos se iban transformando y nuestros intereses parecían ir cambiando, la conocí como una little miss, pero cada vez, empezaba a descubrirle nuevos hábitos de mujer mayor, el cimbreo en su andar se iba acentuando, la ropa empezaba a ceñírsele cada vez más al cuerpo mientras yo estrenaba con cierta frecuencia vellos faciales.
El último año que pudimos vernos, nos costó como nunca reconocernos, ella era una mujer en total plenitud pero yo, me había quedado detenido en el tiempo y seguía siendo el niño que ella dejó un año atrás. Su desinterés se hizo evidente y la magia de nuestros mejores años parecía desvanecerse, mientras yo le proponía retomar nuestros juegos, ella hacia planes para irse de fiesta, se miraba en el espejo tres o cuatro veces por minuto y me contaba historias románticas de amigas suyas, yo la escuchaba de mala gana y ella miraba a cualquier lado cuando le narraba mis épicas aventuras con los juegos de nintendo. Salí de la ciudad poco tiempo después, calculando que sería definitivo y que quizá nunca más la volvería a ver.
Con los años aprendí a sobreponerme al recuerdo, dejé de añorar viejos tiempos, entendí el asunto de las épocas y la necesidad de reencontrarse en el presente, pero a ella, jamás pude olvidarla. De vez en cuando recurría a sucesos inimaginables para saber de su vida, hice en un solo día setecientas veintitrés llamadas telefónicas sin resultado, después viajé hasta donde imaginé que podía encontrarla, recordaba vagamente su dirección, recorrí cuadras durante días enteros, toqué decenas de puertas, pero nunca pude encontrarla. Quise resignar mi suerte, pero incluso en ese instante, un muro de memorias me impidió hacerlo…
Mis cálculos de no volver se disolvieron con el tiempo y quince años después, regresé al lugar de mi infancia. Las calles se mantenían iguales, las veredas conservaban los ángulos rotos de siempre y al banco del parque donde la conocí, le seguía faltando el tablón del medio. Cuando nos cruzamos después de tanto tiempo, tuvimos la misma sensación de la última vez que nos vimos, nuevamente éramos otros seres, millones de años distantes de aquellos que se conocieron niños, ahora, era un tipo de apariencia sobria, mi figura espigada de chico había mutado hacia un hombre robusto y grande, mi rostro ya estaba poblado y ella, había ganado varios kilos de más, pero mantenía idéntico, su rostro hermoso de flor, se sonrojó al verme y me hizo entender que su vanidad había sido lapidada por cada gramo de más en su cuerpo. La invité a conversar en el lugar donde nos hicimos pequeños novios y volvimos desde entonces cada tarde, al mismo lugar, nos nivelamos en los sucesos vividos durante los años sin tener contacto, contamos los mejores pasajes, exageramos en detalles y seguramente obviamos algunos otros.
El último día juntos, nos dedicamos a recordar entre risas, nuestras aventuras, hablamos de los celos de su padre y las estrategias para eludirlo, nos avergonzamos de cosas que antaño nos divertían y nos pareció increíble que en tres años de novios nos hubiéramos dado un solo beso.
Había guardado para el final a modo de arma secreta, mi lista de aventuras vividas con el afán de encontrarla. Seguro de impresionarla y convencido de que no existía hombre en su vida, le pedí que se quedara conmigo.
Había guardado para el final a modo de olvido, el gran paso que dio un año atrás, su consagración a Dios…

De regreso en el autobús, pensaba en los reveses del tiempo, el año anterior no viajé por que andaba en aventuras de cama con una dama de reputación dudosa de la que había olvidado hasta el nombre y ahora, era tarde para resolver mi espera. Me quedaron solo los recuerdos de la época maravillosa juntos y las dudas sobre si durante estos quince años la amé, o si ella, o si ella también me amo.


LAZOS DE SANGRE: Me tomé dos horas pensando sacarla a bailar, hacerlo, no hacerlo, de pronto me sorprendió tomándome del brazo y poniéndome con ella en medio del mar de gente que se movía al ritmo de la orquesta. Me increpó severamente el poco valor mostrado, entonces le dejé claro que si la tomaba no la dejaría nunca más.
Cuando dieron las seis de la mañana y después de un centenar de canciones, decidimos marcharnos agotados y con los pies adormecidos, salimos esquivando cuerpos caídos en la batalla bacanal, la acompañé hasta su casa, mientras nos poníamos al corriente respecto a los detalles de nuestras vidas.
La dejé en su puerta y le cambié el número telefónico por un secreto:
“Yo no dejo”. Ya me lo habías dicho, no es secreto, me dijo, si, pero ya tengo tu teléfono le dije.
Empezamos a frecuentarnos con voluntad de amantes furtivos, evitamos comprometer las entrañas y nos dedicamos a experimentar cuerpo a cuerpo, nos dejamos engullir por un mar de fantasías subrepticias, pero al terminar, partía cada quien por su camino, nos despedíamos como conocidos de rutina y nos olvidábamos el uno del otro, hasta que la galaxia hormonal volviera a alinear nuestros depravados planetas.
Pasamos un año en batallas de alcoba, seguros de conocer los terrenos del sentir, pero ingenuos respecto a cosas más importantes.
Cuando me dijo que viajaría por dos semanas, sentí cierto alivio, en el fondo pensaba que era el momento oportuno para empezar la terapia de rehabilitación para mi adicción a su cuerpo, sin embargo, ya la primera noche a solas, sentí la urgencia de tenerla conmigo, lo relacioné con mi zona volcánica, pero extrañamente no la imaginaba cabalgándome con locura, quería tenerla cerca, simplemente. Fue cuando entendí, que los condones atenúan la transmisión de ciertos virus, pero no el virus del amor.
Cuando supe que regresaba, fui a recibirla al Terminal de buses, la sorprendí con mis poses de antiguo pretendiente y antes de que riera o preguntara de que se trataba todo, la sorprendí: Ya no puedo vivir sin ti…
El cuerpo nos había transportado hasta el terreno de la dependencia, la dependencia al querer y el querer a las ganas de compartir el mismo camino en adelante. Formalizamos nuestra historia, nos involucramos con las familias, dejamos los trajes de lobos en celo y aprendimos juntos a hacer el amor.
Yo hubiera preferido algo muy privado para nuestra cena de compromiso, pero ellos decidieron invitar un gran número de miembros de su familia, entre primos, tíos y metiches así que cuando menos lo imaginamos, nos vimos en una gran fiesta a escala social de la que fue imposible no disfrutar.
Me desperté en la madrugada, abatido por los estragos de la mala noche, me dirigí hacia la cocina buscando un poco de café para quitarme el sueño antes de marcharme a casa, pero no hallé nada mejor para ello, que dos cuerpos desnudos, escondidos bajo los reposteros para no delatar sus pecados. Entonces, realmente perdí el sueño, durante un año entero.
Jamás le increpé el revolcón con su primo hermano en nuestra noche de compromiso. Nunca nos volvimos a ver.
Debí preguntarle la primera vez que bailamos, si alguna vez me dejaría. Yo la amaba, pero ella, ella jamás me amó.
……

Justo al terminar de oír la décima historia, sonó el timbre, indicándonos que debíamos regresar a nuestras habitaciones. Mientras volvía, meditaba sobre cuán ciertos podían ser esos cuentos y les preguntaba a los demás pacientes: ¿cómo saben si es amor?...

4 comentarios:

  1. Nadia1.8.10

    Lo mismo pregunto como sabes si es amor, bueno solo para felicitarte una vez mas como siempre lo que escribes es lindo espero tu próxima publicación

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  2. Me encanta como cuestiona Nadia... como sabes si es amor? existen tantas formas de amar como personas en el mundo y si, como juzgar si fue o no fue amor...

    Cada uno es maravilloso pero RESPONSO es especialmente bello y sentido. Me pongo de pie y le aplaudo a tus relatos (que bueno que estoy sola ejem ejem jeje.

    Un beso. Te leo.

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  3. Iván15.8.10

    Hola Helmut, he estado leyendo este post durante varios días, de acuerdo al tiempo, ya sabes. Excelente. Tú línea se va marcando.
    Dentro de muy poco están listos los libros, coordinamos. Cuídate.

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  4. Doris29.3.12

    Helmut, en cada etapa de nuestras vidas amamos, aunque son amores diferentes al final son amores muy dificles de olvidar!! Cuando nos llega el amor no preguntamos si es el amor... solo lo sentimos y luego amamos.... felicidades un abrazo!!.

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