Un lugar para vivir había
sido el dolor de cabeza de los último seis meses desde que planearon casarse, incluso
la luna de miel fue menos grata de lo esperado. Jonás – el marido - se empecinó
en hacerla agría con esa parquedad tan propia
de su clase conservadora, todo sumado a un cuaderno de cuentas, al cual le
dedicaba largas horas, intentando hacer que los números conjuguen a su favor de
una u otra forma, incluso a horas impropias en las que se debía a sus labores
maritales.
Elisa – la esposa – no tenía
suficiente temple para encarar sus desatinos, acaso por miedo, acaso por no
aburrir al único hombre que había tenido los suficientes pantalones para arrancarla
de las garras de su insidiosa y hostil madre que desde que enviudó, se dedicó
en cuerpo y alma, a hacerle la vida imposible, impidiéndole tener una vida
social normal. De muy poco le había servido ser una mujer hermosa, hasta antes
de la llegada del hombre de las cuentas.
Cuando volvieron a Coracora,
fueron recibidos en cuanto bajaron del autobús
por el abogado de la familia; el hombre - ataviado siempre con un gabán
negro - llegaba con dos noticias disímiles;
la primera de ellas, la soltó de golpe, como una estocada:
- Me veo en la penosa
obligación de comunicarles el fallecimiento de mi patrocinado y amigo, el
doctor Manuel Arce.
Lo abrupto de la noticia sembró un prolongado silencio que
luego dio paso a las muestras de dolor, el viejo había sido un tipo formidable
y generoso, entonces, la pena les hizo temblar las rodillas y enjugar los
rostros que registraban aun las marcas de los estragos del viaje, sin embargo,
antes de que pudieran pronunciar palabra alguna, el letrado continuó:
- Debo informar también que a su muerte, el
señor Manuel Arce, en su última voluntad, resolvió vía testamento, heredarle a
su sobrino Jonás Arce – es decir a usted - la casa del jirón Bolognesi, a fin
de evitar los pleitos entre los otros herederos, que tal como él ya avizoraba
antes de morir, serían capaces de llegar hasta las últimas consecuencias por la
mencionada propiedad, de hecho, ahora
mismo, quieren impugnar la voluntad de su fallecido tío, es en razón de dichas circunstancias,
que me vi obligado a apersonarme hasta aquí, apurando las noticias, antes de
saberlos sorprendidos por las artimañas ya conocidas de los otros Arce.
Entonces, el punzón en el
corazón y el trémulo de las rodillas desaparecieron como por arte de magia, las
lágrimas se evaporaron y el gesto adusto se transformó en una enorme sonrisa, al
fin y al cabo, ya era tiempo que el tío tuviera el merecido descanso, que
sufrimientos y que penas cargaría su famélico cuerpo, y el Altísimo, que todo
lo decide con certeza, sabía cuándo resolver las cosas. Jonás casi al punto de
la algarabía tomó su inefable cuaderno de cuentas y lo arrojó en un tacho de
basura de la calle comercio por la que apuraban el paso. Para ese instante, el
milagro de la casa propia, ya pesaba mil toneladas más que todas las penas del
mundo.
De la propiedad no sabían
demasiado realmente, aunque el abogado les adelantó que poseía una gran
extensión. Jonás tenía el recuerdo remoto de una fiesta de fin de año cuando
era niño, y muy vagamente, de unas historias de terror que los primos mayores
contaban en aquella ocasión con el propósito de asustar a los más chicos,
mientras Elisa, que había pasado por en frente durante tantos años camino al
mercado, jamás le había prestado siquiera atención, de manera que cuando
estuvieron ante la puerta principal maleta en mano, el corazón parecía salírseles por la boca de emoción. Eran en total cinco
puertas las que daban a la calle, pero la entrada
principal se ubicaba al medio, signada con el número 710 y se abría con una antigua y enorme llave, dejando la sensación
del ingreso a un paraje sacro. En poco, después de atravesar un pequeño
callejón, se encontraron en el medio de un inmenso jardín muy bien cuidado cuyo
guardián parecía ser un viejo manzano que se erguía en uno de los flancos. Después
de aquella primera impresión, decidieron
recorrer sin pérdida de tiempo y en silencio cada rincón de la casa, cada uno
por su lado, procurando familiarizarse con cada espacio de aquello que ahora
les pertenecía, así, por obra y gracia de la providencia. Cada metro de los dos
mil que tenía la propiedad, desbordaba de emoción a Jonás, que de inmediato,
empezó a hacer cálculos de distribución, mientras que Elisa, a diferencia, se
sintió estremecida por las dimensiones, ya sabían que era grande, pero no a esa
escala, se espantó imaginando que el día menos pensado, se podría perder en la huerta, o quizá, que alguna vez
durante la madrugada no hallaría su habitación, quedando a merced de tenebrosos
sucesos - en los que mucho creía - propios de la hora; o peor aún, que quizá en la vejez, se perderían definitivamente
intentando buscar el baño. Cualquier cosa era posible en semejante casa, a todas luces inapropiadamente
grande, salvo que fuera rápidamente poblada, cuando menos por una docena de
hijos. Muy a parte de la impresión por las dimensiones, la propia estructura le
generó un miedo desconocido, era una construcción colonial, decorada
tétricamente, todas las puertas interiores estaban pintadas de plomo y median
no menos de cuatro metros de alto, además, tenían a cierta altura, media docena
de barras de acero que se anteponían a una placa de vidrio catedral, dando una
apariencia lúgubre. Las ventanas estaban ubicadas a lo largo de las paredes
frontales de cada habitación, pero casi a la altura de los altos techos, por lo
que, el radio de iluminación, era amplio de manera horizontal pero demasiado
corto verticalmente, con ese detalle, la luz del día solo podía gozarse por
tramos y solo a cierta hora, de acuerdo a la voluntad del sol. Finalmente, cada
espacio, lucia inmensas y antiquísimas arañas que se balanceaban en los techos
al ritmo del viento, produciendo un constante chillido entre los eslabones de
las gruesas cadenas que las sujetaban, acompañando en coro, el constante crujir
de las maderas de los pasadizos del segundo piso, que también parecían bailar a
la voluntad del aire en su paso. La mejor noticia para Elisa fue saber que los
cuatro criados que tenía el tío Manuel, se quedarían con ellos en casa hasta
que la muerte los fuera alcanzando, puesto que eran gente de toda la vida, así lo estipulaba el testamento y así debía
cumplirse, ante la disconformidad de Jonás pero el buen ánimo de ella, que
mucho había estado pensando en los días en que debía quedarse sola, mientras su
marido se ausentara de casa, y peor aún, en tiempos de viajes largos; sin duda,
la bondad del tío Manuel seguía redituando beneficios incluso desde el más allá.
Dios debía tenerlo en su gloria de todas maneras...
(Fragmento del relato "El extraño caso de Elisa Arce")
Genial, como siempre
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