LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

9.12.13

EL EXTRAÑO CASO DE ELISA ARCE

Un lugar para vivir había sido el dolor de cabeza de los último seis meses desde que planearon casarse, incluso la luna de miel fue menos grata de lo esperado. Jonás – el marido - se empecinó en hacerla agría con esa parquedad  tan propia de su clase conservadora, todo sumado a un cuaderno de cuentas, al cual le dedicaba largas horas, intentando hacer que los números conjuguen a su favor de una u otra forma, incluso a horas impropias en las que se debía a sus labores maritales.
Elisa – la esposa – no tenía suficiente temple para encarar sus desatinos, acaso por miedo, acaso por no aburrir al único hombre que había tenido los suficientes pantalones para arrancarla de las garras de su insidiosa y hostil madre que desde que enviudó, se dedicó en cuerpo y alma, a hacerle la vida imposible, impidiéndole tener una vida social normal. De muy poco le había servido ser una mujer hermosa, hasta antes de la llegada del hombre de las cuentas.
Cuando volvieron a Coracora, fueron recibidos en cuanto bajaron del autobús  por el abogado de la familia; el hombre - ataviado siempre con un gabán negro -  llegaba con dos noticias disímiles; la primera de ellas, la soltó de golpe, como una estocada:
- Me veo en la penosa obligación de comunicarles el fallecimiento de mi patrocinado y amigo, el doctor Manuel Arce.
Lo abrupto  de la noticia sembró un prolongado silencio que luego dio paso a las muestras de dolor, el viejo había sido un tipo formidable y generoso, entonces, la pena les hizo temblar las rodillas y enjugar los rostros que registraban aun las marcas de los estragos del viaje, sin embargo, antes de que pudieran pronunciar palabra alguna, el letrado continuó:
 - Debo informar también que a su muerte, el señor Manuel Arce, en su última voluntad, resolvió vía testamento, heredarle a su sobrino Jonás Arce – es decir a usted - la casa del jirón Bolognesi, a fin de evitar los pleitos entre los otros herederos, que tal como él ya avizoraba antes de morir, serían capaces de llegar hasta las últimas consecuencias por la mencionada propiedad, de hecho,  ahora mismo, quieren impugnar la voluntad de su fallecido tío, es en razón de dichas circunstancias, que me vi obligado a apersonarme hasta aquí, apurando las noticias, antes de saberlos sorprendidos por las artimañas ya conocidas de los otros Arce.
Entonces, el punzón en el corazón y el trémulo de las rodillas desaparecieron como por arte de magia, las lágrimas se evaporaron y el gesto adusto se transformó en una enorme sonrisa, al fin y al cabo, ya era tiempo que el tío tuviera el merecido descanso, que sufrimientos y que penas cargaría su famélico cuerpo, y el Altísimo, que todo lo decide con certeza, sabía cuándo resolver las cosas. Jonás casi al punto de la algarabía tomó su inefable cuaderno de cuentas y lo arrojó en un tacho de basura de la calle comercio por la que apuraban el paso. Para ese instante, el milagro de la casa propia, ya pesaba mil toneladas más que todas las penas del mundo.

De la propiedad no sabían demasiado realmente, aunque el abogado les adelantó que poseía una gran extensión. Jonás tenía el recuerdo remoto de una fiesta de fin de año cuando era niño, y muy vagamente, de unas historias de terror que los primos mayores contaban en aquella ocasión con el propósito de asustar a los más chicos, mientras Elisa, que había pasado por en frente durante tantos años camino al mercado, jamás le había prestado siquiera atención, de manera que cuando estuvieron ante la puerta principal  maleta en mano, el corazón parecía salírseles  por la boca de emoción. Eran en total cinco puertas  las  que daban a la calle, pero la entrada principal se ubicaba al medio, signada con el número 710 y se abría con una antigua y enorme llave, dejando la sensación del ingreso a un paraje sacro. En poco, después de atravesar un pequeño callejón, se encontraron en el medio de un inmenso jardín muy bien cuidado cuyo guardián parecía ser un viejo manzano que se erguía en uno de los flancos. Después de aquella primera impresión,  decidieron recorrer sin pérdida de tiempo y en silencio cada rincón de la casa, cada uno por su lado, procurando familiarizarse con cada espacio de aquello que ahora les pertenecía, así, por obra y gracia de la providencia. Cada metro de los dos mil que tenía la propiedad, desbordaba de emoción a Jonás, que de inmediato, empezó a hacer cálculos de distribución, mientras que Elisa, a diferencia, se sintió estremecida por las dimensiones, ya sabían que era grande, pero no a esa escala, se espantó imaginando que el día menos pensado, se podría  perder en la huerta, o quizá, que alguna vez durante la madrugada no hallaría su habitación, quedando a merced de tenebrosos sucesos  - en los que mucho creía -  propios de la hora; o peor aún, que quizá  en la vejez, se perderían definitivamente intentando buscar el baño. Cualquier cosa  era posible en semejante casa, a todas luces inapropiadamente grande, salvo que fuera rápidamente poblada, cuando menos por una docena de hijos. Muy a parte de la impresión por las dimensiones, la propia estructura le generó un miedo desconocido, era una construcción colonial, decorada tétricamente, todas las puertas interiores estaban pintadas de plomo y median no menos de cuatro metros de alto, además, tenían a cierta altura, media docena de barras de acero que se anteponían a una placa de vidrio catedral, dando una apariencia lúgubre. Las ventanas estaban ubicadas a lo largo de las paredes frontales de cada habitación, pero casi a la altura de los altos techos, por lo que, el radio de iluminación, era amplio de manera horizontal pero demasiado corto verticalmente, con ese detalle, la luz del día solo podía gozarse por tramos y solo a cierta hora, de acuerdo a la voluntad del sol. Finalmente, cada espacio, lucia inmensas y antiquísimas arañas que se balanceaban en los techos al ritmo del viento, produciendo un constante chillido entre los eslabones de las gruesas cadenas que las sujetaban, acompañando en coro, el constante crujir de las maderas de los pasadizos del segundo piso, que también parecían bailar a la voluntad del aire en su paso. La mejor noticia para Elisa fue saber que los cuatro criados que tenía el tío Manuel, se quedarían con ellos en casa hasta que la muerte los fuera alcanzando, puesto que eran gente de toda la vida, así lo estipulaba el testamento y así debía cumplirse, ante la disconformidad de Jonás pero el buen ánimo de ella, que mucho había estado pensando en los días en que debía quedarse sola, mientras su marido se ausentara de casa, y peor aún, en tiempos de viajes largos; sin duda, la bondad del tío Manuel seguía redituando beneficios incluso desde el más allá. Dios debía tenerlo en su gloria de todas maneras...

(Fragmento del relato "El extraño caso de Elisa Arce")

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