LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

23.10.11

CARTA DE AMOR SIN AMOR

("La extraña dama" Foto by: Helmut Jerí)

Coincidimos buscando refugio de la lluvia, bajo el tejado de una casa, parecía un pacto en complicidad, debimos pegar nuestros cuerpos para entrar en ese pequeño metro cuadrado, lo hicimos casi con la soltura de viejos conocidos, sin embargo, jamás antes nos habíamos visto. Magia de la lluvia aquella. Sabía que sería cuestión de minutos solamente, el cielo empezó a escampar rápidamente, tal vez no la volvería a ver, así que intenté abordarla frontalmente, pero no quiso decirme ni su nombre, aunque antes de perderse entre la neblina, me sugirió que la buscara en el parque, no me dijo cual, ni cuando, en esta ciudad inmensa, donde hay miles de ellos, había un tufillo de burla. Era una mujer deslumbrante, fue una forma sutil de decirme, no.
Los siguientes días, su imagen se fue diluyendo aun en contra de mi voluntad,  no había sido más que una coincidencia lo sucedido, las casualidades existen también, y la belleza que es tan peligrosa, perturba e induce la mente por caminos errados. Sin embargo, estaba escrito que teníamos que volvernos a encontrar, no en una romántica tarde lluviosa, ni bajo un tejado, si no en circunstancias ordinarias, y así sucedió, fue en una calle cualquiera, un día impensado, entre el ruido y el smog.
- Así que en el parque
- No me has buscado
- ¿Cómo hacerlo?
- Ahí mismo, en el parque
- ¿En cuál?
- El de siempre
- ¿De qué hablas?
- Revisa tu memoria, el parque, debes conocerlo bien, adiós 
- ¡No te vayas!
-Búscame.

Después del encuentro fortuito, desencajado por su propuesta sin forma, pero tentado por el raro desafío, decidí que quizá si sería posible, si no tenía éxito, nadie lo sabría, era cosa de ser discreto en el proceso, pero si realmente ella deseaba que la encontrara, si no era un juego diabólico aquel, sería un hombre afortunado, su rostro de ángel decía que era inocente de cualquier plan malicioso, aun cuando su cuerpo desbordaba señales de peligro, demasiada mujer para alguien tan primario como yo, me sentía extrañamente reducido a una pequeña criatura ordinaria, y mi ego siempre desmesurado, era ahora, apenas una chispa ínfima, sin fuego ni vida. De cualquier manera y ante la posibilidad de volver a encontrarla por azar, preparé una dedicada y sentida carta, contándole de mi voluntad por volver a verla. Era una carta de amor que pondría en sus manos, si la providencia confabulaba por mí.

La primera semana de búsqueda, recorrí al menos cincuenta parques cercanos. El éxito era imperceptible, no habían pistas, ni indicios favorables, sin embargo el sabor del dulce desafío me movía con entusiasmo, motivado por una historia peculiar que presumía podía ser, la de mi vida, recordando los grandes amores de la humanidad, esperanzado en uno de esos milagros que ya de viejos, podemos contar con orgullo. “Así nos conocimos”.

Las siguientes semanas empecé a mecanizar mi labor, elaboré un plan, apoyado en una decena de planos que arranqué de viejas guías telefónicas, comencé a dedicarle cada vez más horas a mi búsqueda, siempre sin éxito, pero siempre con fe, como si se me hubiera asignado una misión divina, como si el resto de la vida, como si el resto del universo, careciera ya de importancia. Por momentos los hechos me sacudían y me devolvían la razón, regresándome sobre mis pasos, lamentando el tiempo gastado, pero esos lapsos eran tan cortos, que en segundos recuperaba las ganas, sobrepasando los límites de lo razonable, hablar de amor era un absurdo, obsesión, tal vez, locura, con toda seguridad.

Pronto, el asunto tomó cariz patológico, sostenido por mis argumentos de que encontrar una mujer de la cual no sabía nada, en una ciudad con diez millones de habitantes, podía abrir páginas legendarias en mi existencia horizontal. Los indicios de conquista, continuaban esquivos, por lo que de vez en cuando, me ganaba la sensación de estupidez, hasta que nuevamente era impulsado por mi visión predominante, en la  que me ubicaba en un mar inmenso en el que ya estaba embarcado, no tenía calculado retroceder, siempre creía posible estar más cerca de mi objetivo que de la orilla de la que partí. Nunca desistí, armado siempre con esa rara sensación de fe, esa semana y las siguientes, y los siguientes meses, incluso en los días de hastío, en los que esperaba que la casualidad nos volviera a encontrar, tal vez como premio a mi terquedad, pero no pudo ser, ni ese año, ni los tres siguientes que duró mi búsqueda.

Hasta que un día, llegué al margen de mi historia, con sensatez, debía aceptar agotado, cuarentaiseis meses después, que era el fin de mi locura, ahora sí, las cosas habían perdido sentido, incluso el recuerdo de su imagen era borroso, posiblemente, de verla de nuevo, la hubiera reconocido con dificultad o quizá incluso ya nos habíamos vuelto a cruzar sin notarlo. Ahora era cuando, atisbos de realidad golpeaban mi cabeza sin parar, ahora repentinamente, pensaba en su historia personal, en un posible marido, en uno o varios hijos, en viajes a ciudades lejanas, ciento sesenta semanas después, todo lo adverso a mis intereses, era posible.
No tenía más pruebas que rendirle a la vida, había sobrepasado de lejos, el muro de la perseverancia, era martes, era la última semana, aquel sábado cerraría mi ciclo demencial.

Como lo había supuesto, nada cambio en los cuatro días de más, salvo por mi desinterés inocultable, las aguas de ese mismo mar maravilloso que había imaginado en el plano de mi vida, contrariamente a lo que esperaba, me habían devuelto al punto de partida, aunque no con el sabor del naufragio, en realidad había sido un buen navegante, mi suerte ya estaba escrita de esa manera, no tenía más que hacer.

Aquel sábado, después de varios años, me perdí en un bar con los viejos amigos, y entre copas y botellas, conté mi insólita historia. Sus rostros perplejos expresaban incredulidad absoluta, acaso alguien podía amar tanto o ser lo suficientemente idiota como para buscar a una completa desconocida durante casi cuatro años sin saber siquiera su nombre, pero  fui tan certero y emotivo en  mi relato, que se vieron obligados a creerme, esperé casi agazapado sus burlas, en otras circunstancias seguramente lo hubieran hecho, esta vez no, no era una historia graciosa, les pareció admirable, legendaria como tanto había deseado, sin el final cándido de los cuentos de televisión. Era la vida real. Me abrazaron con veneración o compasión, nunca quise saberlo. El resto de la noche les detallé mi aventura, llevaba conmigo un minucioso registro escrito de los hechos, era casi un libro completo, además, tenía en la memoria algunos datos, fechas especiales, lugares visitados, anécdotas inolvidables, persecuciones de perros rabiosos, tres robos despiadados y algunos amaneceres, extenuado y dormido, a los pies de árboles y banquetas. Fueron mil trecientos cincuentaitres parques en total, imposible olvidarlo. La carta de amor, preferí preservarla en secreto, escondida en el bolsillo de mi saco, hecha girones de tanta espera, como un pergamino milenario, con la tinta repasada tantas veces.
- Lo que jamás entendí, fue porque me dijo que sabía dónde encontrarla, como si me conociera
- ¿Acaso la habías visto antes?
- La verdad, solo el día de la tormenta, antes, jamás
- Entonces no tiene sentido
- No lo tiene, ni eso, ni que me dijera que la encontraría en el lugar de siempre
- Tal vez te confundió con alguien mas
- No es posible, me lo dijo en las dos ocasiones en que nos vimos
-  ¿Te dijo que en el parque, el lugar de siempre?
- Así es, como si hubieran dos o tres solamente
- ¿Y no estaría hablando de otro tipo de parque?
- ¿Que otro podría ser?
- Pues yo recuerdo uno distinto a aquellos en los que buscaste.

Salimos del bar con premura, desbordados de emoción, ellos pensando que quizá, mi historia si podía tener el final pueril de las historias ficticias - en el fondo a todos les gusta esos finales de abrazo- y yo, pensando que mi lucha incansable si merecía otra suerte.
Poco después, me sorprendí cuando nos detuvimos frente a la puerta de otro bar, estábamos en los suburbios de la ciudad, a las afueras de un edificio decorado con luces de neón y rodeado de terrenos baldíos, como si en cuadras a la redonda no existiera nada más que ese pequeño cielo para solitarios, no pregunté nada, seguí solemnemente los pasos de nuestro guía, y apenas empecé a entender la situación, cuando estuvimos frente a un enorme letrero que decía “El parque”.  Una vez dentro, el olor me remitió de inmediato, a los antros que frecuentaba años atrás, era otro lugar, pero el coctel de aromas era idéntico, alcohol, humo y sexo. Cruzamos una segunda puerta interior que nos puso en un amplio espacio en el que como en una pequeña ciudad del pecado, decenas de mujeres semidesnudas, dividían su trabajo entre bailes de tarima y labores de meseras. Apenas asimilaba el desconcierto, cuando un hombre que parecía ser el encargado de seguridad, se acercó y me pidió que lo acompañara por un pasadizo estrecho, asentí calmado ante la venia de lo demás.
Recorrimos un callejón rodeado de puertas maltrechas, por las que se podían ver cuerpos desnudos enredados. Hasta que nos detuvimos al final del corredor, en el último habitáculo. Un sujeto salió a medio vestirse y dentro, estaba ella, secándose el rostro con una toalla. El guía se retiró sin aviso y así, quedé frente a frente, con la mujer que había buscado durante casi cuatro años. Mi historia si era de leyenda, difícilmente podría existir en el universo, otro sujeto más estúpido, era un record de imbecilidad, cuántos hombres en el mundo serían capaces de dedicar cuatro años de su vida a buscar una prostituta.
Me dijo que no me recordaba y luego mencionó el número interminable de hombres que pasaban por su cuerpo cada noche, así entendí que no tenía por qué recordarlo, era su  trabajo, engatusar hombres y citarlos en el parque, el de siempre, el que todos, menos yo, conocían de memoria, era su negocio y lo hacía muy bien, bastaba mirarme parado allí, para saberlo.

Me marché por la puerta falsa, raudo para no retrasarla, con mi historia entre dientes, y entre puños, haciéndose pedazos, el alma y mi carta de amor sin amor.


1 comentario:

  1. Anónimo30.10.11

    siempre me sorprendes hel,q buena pluma.me has tenido enganchada con el relato en todo momento.

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