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("La extraña dama" Foto by: Helmut Jerí) |
Coincidimos
buscando refugio de la lluvia, bajo el tejado de una casa, parecía un pacto en
complicidad, debimos pegar nuestros cuerpos para entrar en ese pequeño metro
cuadrado, lo hicimos casi con la soltura de viejos conocidos, sin embargo,
jamás antes nos habíamos visto. Magia de la lluvia aquella. Sabía que sería
cuestión de minutos solamente, el cielo empezó a escampar rápidamente, tal vez
no la volvería a ver, así que intenté abordarla frontalmente, pero no quiso
decirme ni su nombre, aunque antes de perderse entre la neblina, me sugirió que
la buscara en el parque, no me dijo cual, ni cuando, en esta ciudad inmensa,
donde hay miles de ellos, había un tufillo de burla. Era una mujer deslumbrante,
fue una forma sutil de decirme, no.
Los
siguientes días, su imagen se fue diluyendo aun en contra de mi voluntad, no había sido más que una coincidencia lo
sucedido, las casualidades existen también, y la belleza que es tan peligrosa,
perturba e induce la mente por caminos errados. Sin embargo, estaba escrito que
teníamos que volvernos a encontrar, no en una romántica tarde lluviosa, ni bajo
un tejado, si no en circunstancias ordinarias, y así sucedió, fue en una calle
cualquiera, un día impensado, entre el ruido y el smog.
- Así
que en el parque
- No
me has buscado
-
¿Cómo hacerlo?
-
Ahí mismo, en el parque
-
¿En cuál?
- El
de siempre
-
¿De qué hablas?
- Revisa
tu memoria, el parque, debes conocerlo bien, adiós
- ¡No
te vayas!
-Búscame.
Después
del encuentro fortuito, desencajado por su propuesta sin forma, pero tentado por
el raro desafío, decidí que quizá si sería posible, si no tenía éxito, nadie lo
sabría, era cosa de ser discreto en el proceso, pero si realmente ella deseaba
que la encontrara, si no era un juego diabólico aquel, sería un hombre
afortunado, su rostro de ángel decía que era inocente de cualquier plan
malicioso, aun cuando su cuerpo desbordaba señales de peligro, demasiada mujer
para alguien tan primario como yo, me sentía extrañamente reducido a una
pequeña criatura ordinaria, y mi ego siempre desmesurado, era ahora, apenas una
chispa ínfima, sin fuego ni vida. De cualquier manera y ante la posibilidad de
volver a encontrarla por azar, preparé una dedicada y sentida carta, contándole
de mi voluntad por volver a verla. Era una carta de amor que pondría en sus
manos, si la providencia confabulaba por mí.
La
primera semana de búsqueda, recorrí al menos cincuenta parques cercanos. El
éxito era imperceptible, no habían pistas, ni indicios favorables, sin embargo el
sabor del dulce desafío me movía con entusiasmo, motivado por una historia
peculiar que presumía podía ser, la de mi vida, recordando los grandes amores
de la humanidad, esperanzado en uno de esos milagros que ya de viejos, podemos
contar con orgullo. “Así nos conocimos”.
Las
siguientes semanas empecé a mecanizar mi labor, elaboré un plan, apoyado en una
decena de planos que arranqué de viejas guías telefónicas, comencé a dedicarle
cada vez más horas a mi búsqueda, siempre sin éxito, pero siempre con fe, como
si se me hubiera asignado una misión divina, como si el resto de la vida, como
si el resto del universo, careciera ya de importancia. Por momentos los hechos
me sacudían y me devolvían la razón, regresándome sobre mis pasos, lamentando
el tiempo gastado, pero esos lapsos eran tan cortos, que en segundos recuperaba
las ganas, sobrepasando los límites de lo razonable, hablar de amor era un
absurdo, obsesión, tal vez, locura, con toda seguridad.
Pronto,
el asunto tomó cariz patológico, sostenido por mis argumentos de que encontrar
una mujer de la cual no sabía nada, en una ciudad con diez millones de
habitantes, podía abrir páginas legendarias en mi existencia horizontal. Los
indicios de conquista, continuaban esquivos, por lo que de vez en cuando, me
ganaba la sensación de estupidez, hasta que nuevamente era impulsado por mi visión
predominante, en la que me ubicaba en un
mar inmenso en el que ya estaba embarcado, no tenía calculado retroceder, siempre
creía posible estar más cerca de mi objetivo que de la orilla de la que partí. Nunca
desistí, armado siempre con esa rara sensación de fe, esa semana y las
siguientes, y los siguientes meses, incluso en los días de hastío, en los que
esperaba que la casualidad nos volviera a encontrar, tal vez como premio a mi
terquedad, pero no pudo ser, ni ese año, ni los tres siguientes que duró mi
búsqueda.
Hasta
que un día, llegué al margen de mi historia, con sensatez, debía aceptar agotado,
cuarentaiseis meses después, que era el fin de mi locura, ahora sí, las cosas
habían perdido sentido, incluso el recuerdo de su imagen era borroso, posiblemente,
de verla de nuevo, la hubiera reconocido con dificultad o quizá incluso ya nos
habíamos vuelto a cruzar sin notarlo. Ahora era cuando, atisbos de realidad
golpeaban mi cabeza sin parar, ahora repentinamente, pensaba en su historia
personal, en un posible marido, en uno o varios hijos, en viajes a ciudades
lejanas, ciento sesenta semanas después, todo lo adverso a mis intereses, era
posible.
No
tenía más pruebas que rendirle a la vida, había sobrepasado de lejos, el muro de
la perseverancia, era martes, era la última semana, aquel sábado cerraría mi
ciclo demencial.
Como
lo había supuesto, nada cambio en los cuatro días de más, salvo por mi desinterés
inocultable, las aguas de ese mismo mar maravilloso que había imaginado en el
plano de mi vida, contrariamente a lo que esperaba, me habían devuelto al punto
de partida, aunque no con el sabor del naufragio, en realidad había sido un
buen navegante, mi suerte ya estaba escrita de esa manera, no tenía más que
hacer.
Aquel
sábado, después de varios años, me perdí en un bar con los viejos amigos, y
entre copas y botellas, conté mi insólita historia. Sus rostros perplejos
expresaban incredulidad absoluta, acaso alguien podía amar tanto o ser lo
suficientemente idiota como para buscar a una completa desconocida durante casi
cuatro años sin saber siquiera su nombre, pero
fui tan certero y emotivo en mi
relato, que se vieron obligados a creerme, esperé casi agazapado sus burlas, en
otras circunstancias seguramente lo hubieran hecho, esta vez no, no era una
historia graciosa, les pareció admirable, legendaria como tanto había deseado,
sin el final cándido de los cuentos de televisión. Era la vida real. Me
abrazaron con veneración o compasión, nunca quise saberlo. El resto de la noche
les detallé mi aventura, llevaba conmigo un minucioso registro escrito de los hechos,
era casi un libro completo, además, tenía en la memoria algunos datos, fechas
especiales, lugares visitados, anécdotas inolvidables, persecuciones de perros
rabiosos, tres robos despiadados y algunos amaneceres, extenuado y dormido, a
los pies de árboles y banquetas. Fueron mil trecientos cincuentaitres parques
en total, imposible olvidarlo. La carta de amor, preferí preservarla en
secreto, escondida en el bolsillo de mi saco, hecha girones de tanta espera,
como un pergamino milenario, con la tinta repasada tantas veces.
- Lo
que jamás entendí, fue porque me dijo que sabía dónde encontrarla, como si me
conociera
- ¿Acaso
la habías visto antes?
- La
verdad, solo el día de la tormenta, antes, jamás
- Entonces
no tiene sentido
- No
lo tiene, ni eso, ni que me dijera que la encontraría en el lugar de siempre
- Tal
vez te confundió con alguien mas
- No
es posible, me lo dijo en las dos ocasiones en que nos vimos
- ¿Te dijo que en el parque, el lugar de
siempre?
-
Así es, como si hubieran dos o tres solamente
- ¿Y
no estaría hablando de otro tipo de parque?
- ¿Que
otro podría ser?
- Pues
yo recuerdo uno distinto a aquellos en los que buscaste.
Salimos
del bar con premura, desbordados de emoción, ellos pensando que quizá, mi
historia si podía tener el final pueril de las historias ficticias - en el
fondo a todos les gusta esos finales de abrazo- y yo, pensando que mi lucha incansable
si merecía otra suerte.
Poco
después, me sorprendí cuando nos detuvimos frente a la puerta de otro bar,
estábamos en los suburbios de la ciudad, a las afueras de un edificio decorado
con luces de neón y rodeado de terrenos baldíos, como si en cuadras a la
redonda no existiera nada más que ese pequeño cielo para solitarios, no
pregunté nada, seguí solemnemente los pasos de nuestro guía, y apenas empecé a
entender la situación, cuando estuvimos frente a un enorme letrero que decía “El
parque”. Una vez dentro, el olor me
remitió de inmediato, a los antros que frecuentaba años atrás, era otro lugar,
pero el coctel de aromas era idéntico, alcohol, humo y sexo. Cruzamos una
segunda puerta interior que nos puso en un amplio espacio en el que como en una
pequeña ciudad del pecado, decenas de mujeres semidesnudas, dividían su trabajo
entre bailes de tarima y labores de meseras. Apenas asimilaba el desconcierto,
cuando un hombre que parecía ser el encargado de seguridad, se acercó y me
pidió que lo acompañara por un pasadizo estrecho, asentí calmado ante la venia de
lo demás.
Recorrimos
un callejón rodeado de puertas maltrechas, por las que se podían ver cuerpos
desnudos enredados. Hasta que nos detuvimos al final del corredor, en el último
habitáculo. Un sujeto salió a medio vestirse y dentro, estaba ella, secándose el
rostro con una toalla. El guía se retiró sin aviso y así, quedé frente a
frente, con la mujer que había buscado durante casi cuatro años. Mi historia si
era de leyenda, difícilmente podría existir en el universo, otro sujeto más estúpido,
era un record de imbecilidad, cuántos hombres en el mundo serían capaces de
dedicar cuatro años de su vida a buscar una prostituta.
Me
dijo que no me recordaba y luego mencionó el número interminable de hombres que
pasaban por su cuerpo cada noche, así entendí que no tenía por qué recordarlo,
era su trabajo, engatusar hombres y
citarlos en el parque, el de siempre, el que todos, menos yo, conocían de
memoria, era su negocio y lo hacía muy bien, bastaba mirarme parado allí, para
saberlo.
Me
marché por la puerta falsa, raudo para no retrasarla, con mi historia entre
dientes, y entre puños, haciéndose pedazos, el alma y mi carta de amor sin
amor.
siempre me sorprendes hel,q buena pluma.me has tenido enganchada con el relato en todo momento.
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