LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

30.5.10

LA PRIMERA CITA

("Serie hotel" foto by: Ernesto Guzmán - Modelo: Benus Eloisa - México)

Nos conocimos en el autobús, mirándonos de reojo y compartiendo una sonrisa estúpida, no era una mujer especialmente guapa, pero el lenguaje de su cuerpo contaba historias extraordinarias sobre la lujuria y eso fue suficiente para invitarla a salir. Me dejó sin reparos un teléfono, una dirección y un mensaje subliminal que entre líneas decía: devórame en un par de citas o pensaré que eres homosexual. 


Me acomodé en el sofá de tres cuerpos por pura inercia, mientras ella, se acicalaba presumiblemente en alguna habitación contigua, pues dejaba escapar aromas de algún perfume de medio pelo y sonidos de cremalleras bajando y subiendo. Cuando entró en el salón, un resplandor avasalló mis ojos, llevaba un vestido corto cubierto de brillos y maquillaje exageradamente acentuado, sin duda no era cuestión de falta de espejo, era una mujer visiblemente vanidosa, era cosa de estilo y sobre ese punto, conjugar un vestido de dimensiones minúsculas y un maquillaje exageradamente puesto solo la dejaban ver de una forma. Mi pensamiento pugnaba por desprenderse de mi lengua como una gota de veneno para gritarle: ¡que puta te ves! 
Forcé una conversación improvisada con el solo fin de alcanzar algún pretexto para no salir, no encontraba forma de pedirle que se cambiara sin sonar ofensivo, la observaba una y mil veces procurando encontrarle el lado positivo, una bailarina de teatro tal vez, una actriz saliendo de grabaciones, alguna cantante excéntrica, una modelo luciendo ropa contemporánea, pero no, tuve que amarrar mi lengua para no decirle lo que parecía.
La conversación se extendió por un par de horas, pasé de estrategia en estrategia con el fin de sostener argumentos para no salir de casa, hablé del invierno, de los peligros de la calle por las noches, de alguna vieja dolencia en los tobillos recrudecida por el frío, todo con tal convencimiento, que terminó cediendo el apuro, dejó de apoyarse en el respaldo del sofá, soltó la cartera y se ubicó cómoda y coquetamente frente a mí, aburrida tal vez de mis cuentos chinos, algo en mi expresión le produjo un deseo incontenible de soltarme cataratas de relatos urbanos de amigas a las cuales yo no conocía pero a quienes se refería como si así fuera, una sorprendente hemorragia de historietas pintorescas matizaron la conversación, me permitía hablar muy poco, breves monosílabos que eran nada al lado de sus largos monólogos basados sobre todo en percances urbanos juveniles, historias de amor y traición, casos de envidia, dramas de corazones abandonados pero también de uñas rotas o cabellos mal pintados, mientras yo, solo atinaba a jugar con las manos y atrapar con mirada de camaleón la lozanía de sus muslos que de cuando en cuando dejaba ver por  aparente descuido. 
De pronto me sorprendió poniéndose de pie, sentí que el éxito calculado se diluía de golpe, pensé en la vergüenza inevitable, quienes me verían, solía salir con mujeres de toda clase, era normal verme con damas de diferentes tipos, colores y cuerpos, bonitas y feas, pero jamás me habían visto con una que parecía sacada de un burdel. 
Cuando me mostró una botella y un par de copas pude relajar nuevamente el cuerpo, fue grato verla otra vez frente a mí, desistiendo de manera voluntaria a ocasionarme la vergüenza del siglo, me pidió que sirviera, era un vino semi-seco, perfecto para una noche que se avizoraba larga.
Los primeros sorbos se hicieron eternos, pero después de la segunda copa empezaron a sucederse hechos espontáneos, las ocasiones de verle la seda de la ropa interior se hacían cada vez más frecuentes, los cabellos se alborotaban de la nada, los zapatos regados en desorden, se podía sentir en el ambiente una brisita hormonal primitiva, me trasladé sutilmente como una sabandija hasta su lado, con el pretexto de eludir el frío que daba de frente sobre el sofá grande y aproveché la ocasión para subir la dosis de vino en las copas, primero con cierto disimulo pero luego con total desparpajo, aunque a esas alturas no lograba aun inducirla hacia mis redes lúbricas, parecía no darse cuenta que la tenía cercada, que un lobo hambriento se relamía a medio metro de ella esperando la ocasión para saltar sobre esa ovejita jugosa que los conservadores insisten en llamar entrepierna. Para encaminarla hacia el deseo, se me ocurrió contar con el mismo entusiasmo que ella, una docena de historias, todas inventadas con apuro y una gran dosis de morbo, para ese momento, ya se había perdido noción de tiempo y cordura, ese cuerpo turgente era mi objetivo en grado de urgencia y aprovechando la complicidad del vino, en poco tiempo me vi casi sobre ella, que seguía hablando  con el mismo entusiasmo de las horas anteriores, ignorando el movimiento de mis manos que habían empezado a hablar también, pero debajo de su vestido, así supe que no me había equivocado al imaginar lo que tenía escondido cuando la conocí, atrás habían quedado las angustias de la primera impresión cuando salió disfrazada de zorra, incluso es posible que en ese estado, me hubiera lucido contento con ella por las más concurridas avenidas.  
Cuando por fin acabamos con la botella, nuestros cuerpos habían mutado, la comunicación se había vuelto ininteligible, y los movimientos evidenciaban torpeza, fue entonces cuando asumí la señal, la tomé sin aviso ni vergüenza, ella se dejó adosar fácilmente, parecía querer cederme completamente el control de su voluntad, no es que estuviera ebria, era coherente y lucida, pero su cuerpo yacía caliente y trémulo, tal vez urgida,  la besé sin permiso y ella no me dijo no. Rodamos sobre los sofás en forma indistinta, en el de un cuerpo, le quité el vestido, en el de dos cuerpos, me desnudó ella y en el de tres cuerpos, caímos en el abismo del goce, hice de su ropa interior cómplice total del juego, sin quitarla, acomodándola de tal forma que pudiera someterla a mis lúdicas perversiones, ahora tenía bajo mi dominio su delicada estructura, como si hubiera descubierto debajo de su pequeño vestido un universo plagado de perfección y desenfreno, su piel era elaboradamente tersa y la distribución de su voluptuosidad había sido justa, tenía los senos medianos pero erguidos  y los glúteos deliciosamente voluminosos y decorados con una delgada “V” que evidenciaban un bronceado reciente. Nos besamos larga y acuciosamente con un afán natural por descubrir diferencias de sabor entre poro y poro, yo siempre me precipitaba hacia la consumación total del acto pero una mano delicada frenaba el ímpetu de mis embestidas, pidiéndome tranquilidad y mayor dedicación en cada roce, me consolaba pensando que el sexo deliberado me había quitado pericia para hacer el amor, me había convertido en un animal sin modales, pero ahora, un cuerpo calmado y experto intentaba devolverme a la senda del correcto placer. Después de repetidas paradas abruptas, empezamos a entendernos mejor, fui bueno para dejarme conducir con paciencia y en recompensa, me permitió disfrutar con exceso de cada parte suya, dejé de actuar como fiera hambrienta y recuperé el estilo de amante certero, terminé con las prendas pendientes, menos las medias de nylon, el eterno fetichismo de mi vida, bajamos a la alfombra por comodidad y espacio y como si de territorio mío se tratara, tomé las riendas, decidido a demostrar que también tenía secretos por revelar, la recosté con decisión y le puse toda la voluntad del mundo, desgasté los labios saboreándola de punta a punta, me hice vampiro en el cuello y becerro en su pecho, dibujé su columna con la punta de la lengua y alojé mi boca entre sus glúteos tantas veces que dejé tatuadas mis iniciales, le di vuelta sutilmente, hice un charco en su ombligo y terminé resbalando hasta la cordillera de su pelvis. Aquella noche en nombre de la humanidad, llegué a Venus, escalé el monte más cálido y planté la bandera del éxtasis, finalmente me dejé atrapar por el tsunami formado entre sus piernas y le dediqué la eternidad, alcanzamos sincronización absoluta, le había prometido el cielo, y supe que había cumplido cuando un aguacero cayó desde alguna nube delirante y me empapó hasta el cuello.
Una docena de nubes más tarde, nos detuvimos exaltados, regamos nuestros cuerpos sudosos con un poco de agua que encontramos en el florero de la mesa de centro y nos buscamos con avidez nuevamente, turnándonos el gobernalle con prepotencia y egoísmo, la sentaba sobre mi boca cuando podía, pero se escurría sin desearlo hasta mis piernas atacando maliciosamente cada parte, se atragantaba con cada centímetro, me devoraba con arte y rabia, la mesura con la que empezó la faena había dado paso a una gula capital, los gemidos saltaban como chispas, al solo roce de piel, los ojos cerrados casi siempre y las bocas entreabiertas dejando escapar notas de deleite y saliva, intercambiamos fluidos completamente y alternamos méritos en el ejercicio oral, aprendimos a hacerlo al mismo tiempo y rebautizamos la posición con el nombre de “la simbiosis”. Décadas después, cansados de jueguitos infantiles, nos pusimos serios, trepé al sofá más próximo dejando un rastro que la hiciera seguirme, ella me encontró, aun intacto, esperándola firme, no pregunté nada, no preguntó nada, subió a la parte alta de mi herramienta solo para deslizarse por primera vez sobre ella, primero cautelosa, luego inspirada por los sucesos recientes, se animalizo completamente, y cabalgó sobre mi hasta perder el aliento, volvimos a alcanzar el ritmo coreográfico de pasajes anteriores, hice con mis manos una base sólida y así pude ayudarla en su periplo, subiendo y bajando su esbelta figura, perdiendo una y mil veces más el aliento, de cuando en cuando me dejaba atrapar sus pezones entre  labios, pero inmediatamente volvía a caer en el vicio sube y baja del que me confesaba entre aullidos, era el mejor falo de su vida. El resto de la noche, nos revolcamos salvajemente en toda las posiciones que la gravedad nos permitió, entrelazamos brazos y piernas, hicimos lagunas por doquier, nos fuimos de safari por la cocina y el baño, asumiendo poses caninas, equinas y felinas, enterando sin duda a los vecinos, que en ese departamento, estaban copulando las dos fieras más depravadas del universo. 
Satisfechos o agotados, nos detuvimos poco antes del alba, rojos de locura, la tomé entre mis brazos y por primera vez la besé con ternura, se acurrucó en mi pecho y me preguntó por qué no había acabado, le expliqué mi más ferviente deseo de complacer, mitad cierto y mitad afanado en buscar un reconocimiento a mi labor de aquella noche. Eres el mejor amante del mundo. Gracias. Más tarde, al despertarnos puedes hacer que termine si deseas, le dije, me dio la venia, nos miramos felices y caímos rendidos como Ángeles. Pecados son otros, la lujuria tiene que ser un invento divino le murmuré al cielo entre sueños.


Cuando despertamos con la luz del día, se hicieron visibles las consecuencias de la guerra, éramos sobrevivientes de un siglo de placer, la encontré aun dormida en mis brazos, ya no era la mujer que había visto con intensiones puramente carnales, ahora veía un rostro sereno y cálido que invitaba a besarla amorosamente, su cuerpo mitad descubierto estaba salpicado de vellos míos pegados graciosamente y que me dediqué a quitar afectuosamente, mientras recordaba la magnificencia de los hechos, cubierto de vanidad machista, había ofrecido la mejor jornada de mi vida. 
Se despertó notoriamente agotada, me dio los buenos días, y se acurrucó con medio cuerpo sobre mi como si arrastráramos una vieja historia de amor, la miré decenas de veces más y sentí que esa noche había trascendido de la piel y el cuerpo, ya no tenía deseos de poseerla simplemente, ahora solo deseaba abrazarla y volver a verla, ir a caminar con ella por la ciudad. Me estaba enamorando. Hablamos de muchas cosas, me confesó que se había corrido treinta veces conmigo, yo le confesé que mis medidas no eran las que le había cantado en el fragor de la batalla, reímos juntos, intercambiamos caricias y más besos, aun flotaba en nuestras memorias mi eyaculación no concebida y en ese vaivén de asuntos pendientes, se activaron nuevamente nuestros relojes hormonales, volvimos a las fricciones, elevamos el entusiasmo, elevé el mástil y ella abrió hasta el corazón, de pronto, una llamada la alertó, me puso la mano para callar alguna impertinencia, poco después colgó, se puso de pie abruptamente y me pidió que me vistiera y me fuera rápido, - es mi marido, llegará en cinco minutos, fue un gusto conocerte -.


Llegué a casa, desaliñado y con el calzoncillo en el bolsillo del saco, tenía resuelto el enigma del maquillaje y la ropa breve, pero aun meditaba sobre  ciertas reglas propias al sexo libre: eyacular antes que sea tarde, preguntar por el estado civil y sobre todo no involucrar el corazón.


Ahora, semanas después, la he olvidado un poco, pero aún me queda el sabor adictivo de ese cuerpo que devoré aquella noche, en la primera cita. Viene mi autobús…


(Relato incluido en el libro: "Secretos de tacón" - Antología hispanoamericana de relatos eróticos - fundación Latin Heritage - Usa - 2011)


5 comentarios:

  1. Anónimo31.5.10

    es inefable lo que logras trasmitir, felicidades!!!
    (heidy)

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  2. Super buena la historia como logras con cada detalle ser perfecto... Espero algun libro suyo por aqui Ecuador... G.L.

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  3. Anónimo15.6.10

    Es un texto delicioso. Felicitaciones! Esperaré tu próxima entrega. Tu amigo Alexander Trillo.

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  4. Anónimo27.8.10

    Genial, una historia alucinate, trasmites demasiado. Felicitacionesss... Marisa G. Lima - Peru

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  5. Doris29.3.12

    Realmente interesante ...felicidades!!!

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