LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

22.1.10

LA BANDA SONORA DE MI VIDA

("Cualquier calle" foto by: Andre Cazudgg - Perú)
Crecí oyendo a Mozart y sus geniales sinfonías, el piano celestial de Clayderman, Zamfir y su flauta pan, tengo clarísimas las imágenes de aquella época en que me levantaba para ir a colegio y veía a mi padre regando las cientos de masetas con rosas y hortensias que teníamos en la inmensa casa en la que pasé gran parte de mi niñez. Día a día cada año de mi vida empezaba con ese ritual fantástico y se prolongaba casi a toda las horas en las que mi padre estuviera en casa, me fui convirtiendo en un melómano y mi amor por la música de entonces fue solo el inicio de una historia breve pero inolvidable entre instrumentos y conciertos.

Corrían los primeros meses del año 96, entonces movidos por un deseo común un grupo de aproximadamente 10 espontáneos nos juntamos en una casa del barrio de San Marcos, guitarras, zampoñas y quenas confluyeron aquella vez, y nos echamos con fluidez por la tendencia que en aquella época nos era más accesible, la música latinoamericana.
Para una segunda cita, el grupo se había reducido por lo menos a la mitad, bien por que a los 12 años la constancia es la cualidad menos cultivada, o simplemente porque la sensatez les permitió a muchos darse cuenta que se requería mucho mas que ser dueño de un instrumento para arrancarle una melodía.

Los ensayos se hicieron regulares, fuimos definiendo el lugar de cada quien, Paúl Gallegos Primera voz y guitarra, Miguel Escobar Segunda guitarra, Jhon Lopez Zampoña, Bragner Fernández bombo, Carlos Fernández huiro y la segunda voz y zampoña quedaron para mi, también quedaron algunos tercos insistiendo como podían en el asunto, pero desistieron poco a poco con el pasar de los días, algunos entusiastas se unieron al grupo en el camino y con el mismo ímpetu se fueron, nunca cerramos puertas, todos eran bienvenidos, nadie los corría, se marchaban solos, por que estaba clarísimo, que se requería cierta pasión y constancia.
Cada tarde noche se hacia eterna cuando buscábamos cualquier rinconcito de la ciudad para juntarnos y hacer lo que mas amábamos entonces, ensayo tras ensayo buscábamos mas temas, sentados en alguna casa, calle o parque, pasábamos jornadas completas dándole duro a nuestro sueño.
Por mi parte, cada día fui descubriendo nuevas técnicas para dominar a esa compañera de aventuras, 13 cañas bastante frágiles pero capaces de expresarse a mi ritmo voluntarioso, día tras día le busqué con afán el dominio total, sentía que era posible, todo era posible y lo corroboré cuando aprendí a tocar temas completos con la nariz.

Algunas semanas después de habernos juntado por primera vez, premiados tal vez por el empeño en los ensayos, tuvimos nuestra primera invitación, era el mítico cine teatro San Pablo, el escenario de los grandes, el histórico, el único. Era quizá el aniversario de alguna entidad, ocho de la noche, des-uniformados totalmente, el auditorio estaba repleto y nosotros debajo de las tablas, con la emoción y los nervios del debut, pero con la confianza de los niños inconcientes que habitaban en nosotros, con el respaldo de sabernos blindados ante cualquier eventualidad donde las cosas no salieran bien y la gente pudiera decir: “no importa, todavía son unos niños”.
Apenas pudimos acomodarnos a lo largo del escenario, éramos innecesariamente demasiados, gracias a la cortesía de un grupo de viejos desertores que se nos habían pegado ese mismo día al enterarse de la presentación, tres guitarras, cuatro zampoñas, dos bombos hacían lo mismo que la mitad del total pero no quisimos entrar en discusiones y los dejamos filtrarse. Empezamos como era de esperarse, pero pronto nos serenamos, los temas fueron interpretados bastante bien, aunque la nota realmente inolvidable la puso Guillermo Falconí cuando irrumpió el concierto a medias entrando sin aviso alguno, raspando un huiro y cruzando el estrado de un lado al otro pasando por delante de los músicos y no por detrás como debió ser, el auditorio completo rió hasta el desternille, y nosotros, aun concentrados esbozamos sonrisas y luego risas que al final nos quedaron como lo mejor de aquella primera vez.

Poco tiempo después, recibimos nuestra segunda invitación oficial, fue para tocar en el colegio de mujeres de coracora y eso nos emociono al extremo, seriamos ovacionados por las chicas, nos sentiríamos estrellas, seriamos famosos y codiciados. Aquel día faltamos a clases, las horas previas las pasamos ensayando tirados en un pastizal aledaño al colegio, le pusimos todo el empeño y llegada la hora, partimos, sin vehiculo propio, sin equipo que nos cargue los instrumentos, sin fotógrafos ni gente persiguiéndonos y coreando nuestros nombres, mas bien subimos por un camino de herradura, nos cruzamos con algunos burros, peleamos por que nadie quería cargar los instrumentos, nos recordamos a las madres, hablamos estupideces, sin duda, amábamos lo que hacíamos.
Y llegamos puntualmente, nos dieron un salón para prepararnos, las damas ya se habían formado y nos miraban con cierta expectativa, solo cierta, muy poquita en realidad, bueno apenas si nos miraron al entrar, bien la verdad es que ni siquiera se dieron cuenta que habíamos entrado, de hecho incluso el portero nos impidió el ingreso y tuvimos que pugnar por entrar, entonces nos dimos cuenta que éramos estrellas de esta era, las fans, los fotógrafos y lo conciertos multitudinarios son cosa anticuada, la moda esta en ser desconocidos, ignorados y hasta echados por los porteros de los lugares al que se dice se nos invito con oficio y demás formalidades.
Una vez llegada la hora, esperamos la invitación para subir al escenario y al menos una bienvenida apoteósica y aplaudida pero, los números fueron pasando y nosotros jamás fuimos nombrados, el evento termino, y nosotros nos quedamos en el mismo lugar.
Rato después, cuando nos disponíamos a irnos defraudados, se acercó un encargado para informarnos que la invitación era para que tocáramos en la sala de docentes y no en la actuación central, así que callados y tristes, cargando los instrumentos y el mejor es nada, nos trasladamos a la sala de docentes, que para entonces no era si no otro salón acondicionado para la ocasión, mas bien para un almuerzo. Todos los platos tenían el típico cuy al horno con su archiconocida ensalada rusa y las papas doradas de acompañamiento. Por lo menos fuimos recibidos entre aplausos, nos paramos tímidamente en fila pegados a la pared pareciendo mas sentenciados a muerte que músicos, le cedimos la palabra a Paúl, o mas bien lo forzamos a hablar mirándolo de golpe, y luego nos echamos ya un poco mas sueltos con nuestro repertorio, hasta que terminada la breve lista, bajamos los instrumentos con humildad y calma, agradecimos y nos llevamos las palmas nada despreciables de la mayoría de los comensales, sobre todo de quienes habían dejado de comer al menos por un poco de respeto a este grupo de pequeños músicos de barrio, nos pagaron con gelatina, y nos despedimos del lugar, sin pena ni gloria, habíamos cumplido con la invitación, no éramos estrellas.

El grupo se hacia conocido cada vez un poco mas, no fuimos los primeros en el rubro, teníamos detrás el recuerdo reciente de los Cápacc Soncco (...) que se habían formado promediando los 7 u 8 años de edad y que en la época nuestra a los 16 ya eran músicos eximios incluso con demos grabados y maquetas de temas propios, sin embargo, por alguna razón, nunca nos fue mal, los ensayos de cada tarde nos daban notoria mejoría, los rumores de invitaciones a eventos eran cada vez mas fuertes y por ello teníamos preparado un repertorio completo entre huaynos, sayas y música latino-andina en general, para entonces quedábamos 6 integrantes originales, no quisimos incorporar a nadie mas y el último experimento que hicimos en nuestro intento de innovación fue incluir nuevos instrumentos, así fue como un espontáneo apareció un día cargando una pesada tumba (instrumento de percusión) con lo cual nuestros temas andinos terminaron convirtiéndose en una extraña fusión afrolatinoeuroamericanocubana o algo parecido, lo cual claro está, no paso de un ensayo y muchas risas, apenados por decirle no al espontáneo empeñoso. (Años después me enteré que aquel espontáneo que no tuvo cabida en el grupo se había convertido en uno de los mejores percusionistas de la región, e integraba una orquesta tropical que hasta hoy existe).
Aquellos rumores de invitaciones fueron materializándose poco a poco, primero en eventos pequeños, luego en algunos mas importantes, hasta que en algún tiempo nos habíamos convertido en el grupo infaltable de cuanto evento se hiciera, aniversarios, homenajes, serenatas, teloneamos obras teatrales, los documentos sencillos con los que nos invitaban se habían convertido en oficios suscritos con autoridad, nunca nos manejamos con representantes pero fuimos correctos y leales en los tratos, respetamos horarios, hombres y nombres, ya éramos un grupo serio, salvo por la parte en que jamás definimos un nombre, transitando en intentos poco duraderos lo mas perdurable que alcanzamos fue denominarnos mosocc llaccta (pueblo nuevo en quechua) pero apenas si nosotros lo supimos.
Una de las jornadas mas gloriosas fue aquella de agosto del 96, la municipalidad organizó un festival de música folklórica, las orquestas y agrupaciones fueron pasando una a una, hasta que llegó nuestro turno, teníamos temas nuevos, nos habíamos aventurado con canciones bastante mas difíciles de las que ordinariamente solíamos tocar, era un paso de evolución, le imprimimos toda las ganas del universo y estuvimos impecables de principio a fin, el auditorio compensó el ímpetu y la entrega aclamándonos y aplaudiéndonos de pie y sin cesar durante gloriosos minutos que han de recordar hasta hoy cada uno de los elementos del grupo donde quiera que estén. Aquel día de éxito se tradujo también en un documento escrito de felicitación suscrito por el mismísimo alcalde, fue nuestra noche.
El resultado de esa inolvidable jornada fue inesperado, las próximas invitaciones traían ofrecimientos de pago, cantidades irrisorias que sin embargo nos caían muy bien a los 12 años, al fin y al cabo lo nuestro era un juego de amor por la música, no una empresa.
En octubre de aquel año, tuvimos ante nosotros el reto mayor, fuimos contratados por una empresa de electricidad para representarlos en la serenata por el aniversario de Coracora, entonces supimos que habíamos llegado al pico del éxito, era nuestra oportunidad, nos enfrentaríamos a una plaza con cientos o tal vez miles de personas, pero estábamos listos, con casi un año de recorrido, nada podía asustarnos ya.
Llegado el día, poco antes de nuestro ingreso al inmenso estrado, decidí por un problema de garganta aliviarme con un misterioso “bálsamo de buda” que encontré en el botiquín de casa, las instrucciones decían dos cucharitas para aliviar molestias en garganta y faringe, pero yo pensé que sería mejor asegurar el asunto, bebí medio frasco y partí al encuentro con el grupo esperando el alivio inmediato, el cual llego ciertamente, junto con una borrachera extraña y graciosa para la edad.
Entre burlas y carcajadas, dos del grupo me ayudaron a subir al escenario, el cual veía y sentía dos veces mas grande de lo que realmente era, me ubiqué en mi lugar de siempre, procuré no tambalear, y luego de algunas maniobras ridículas, me eché sobre la música junto a los demás, apasionados, locos y yo además, ebrio.
Por ese día solo me dediqué a la zampoña, pues luego de la primera canción quedó claro que de la letra recordaba poco. Nuevamente tuvimos una jornada impecable y la ovación de las incontables almas apostadas a lo largo y ancho de la plaza de armas, era el 24 de octubre de 1996, nos bajamos del escenario bañados de éxito y gloria, amando la música y la vida, entre algarabía e irresponsabilidad, celebramos como pudimos aquella noche mágica, sabiendo desde entonces que el bálsamo de buda contiene cierto grado de alcohol y que se debe tomar con medida, pero ignorando que seria la última vez que tocábamos juntos. Poco tiempo después, me fui de Coracora para siempre, persiguiendo un amor imposible.

El 2002 cursaba el primer año de derecho y la música, con ese poder sobrenatural que tiene me acercó a un grupo de compañeros con los que vagábamos fuera de clases mañanas completas, rasgando nuestras guitarras de palo y con los que en un momento impensado, formamos una banda, atrás habían quedado esos años grandiosos de música del Perú profundo, ahora era vocalista y harmónica en los Gonespin, un grupo de pop rock comercial sin nada en el fondo, pero bueno para volver a acercarme a esa parte importante de mi vida hecha de partituras.

Nuestra temporada fue bastante corta, fue imposible para la mayoría alcanzar cierto nivel de responsabilidad y eso nos llevó a un final rápido, sin pena ni gloria, nuestras anécdotas fueron contadas, una primera presentación sin baterista, una segunda con errores de letra, una tercera en la que buscamos el respaldo de una botella de ron puro para sostener los nervios, y que derivó en un concierto de desaciertos, cuerdas rotas, micrófonos apagados, y coronado con un vendedor al que se le antojó instalar su carreta de golosinas justo delante del pequeño estrado cuando yo hacia gala de mis dotes tocando la harmónica, algún periplo mas por lugares de mala muerte, paseos por algunos estudios de grabación y un adiós sin dolor.

Los años siguientes, intenté volver a encontrar una línea, llegué a formar mas de una decena de proyectos musicales con evidente fracaso, y una sola constante, aquellas jornadas maravillosas junto a Daniel, genial amigo y músico con quien guitarra en mano nos apostamos al borde de la laguna de Huacachina horas de horas, procurando alcanzar ese olimpo al que solo la música puede llevarnos. Daniel vive en Tacna ahora, pero eventualmente vuelve a Ica y cuando lo hace siempre hay tardes - noches entrañables en la huacachina, debajo de las dunas pero encima de las estrellas.

No se cuanto tiempo mas insista con esto de la música, jamás llegué a ser el virtuoso que hubiera querido ser, guitarrista empírico y limitado, vocalista de segunda mano y tal vez apenas mejor vientista, sin embargo amante en grado de frenesí de los sonidos del mundo, siempre tengo la esperanza de volver a juntarme con otras almas libres, como en mis mejores años.

Crecí oyendo a Mozart, pero un día descubrí que también existían los huaynos milenarios y las sayas de nostalgia, la potencia del rock y la fama del pop, pase por las callejas del grunge y el punk, por las veredas del new wave y el Folk, me puse en hinojos ante el blues y el jazz, conviví con la trova y el country y conocí de forma pasajera muchos otros estilos, de cualquier forma, cualquiera que sea el tipo, cualquiera las circunstancias, cualquiera la edad, cualquiera el momento y cualquiera el lugar, es necesario y hasta urgente, ponerle una banda sonora a nuestra historia de vida, que la vida sin música es una triste película, cada instante, cada persona, cada suceso requiere la mas dedicada de las melodías, lo aprendí allá por el 96, para no olvidar, para no olvidar, para no olvidar…






1 comentario:

  1. Gracias por compartir este hermoso relato, alegre por haber sido testigo de alguna de las escenas que describes, como siempre logras captar toda mi atencion y que genial y acertado lo de una vida sin musica es una triste pelicula.

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