LA PRIMERA ESTACION

ESCRIBIR PARA SER ESCLAVOS, LEER PARA SER LIBRES...

24.5.12

EL HOMBRE QUE LLEGABA EBRIO

("Manos" Foto by: S.a.d.e)
Regresé en la madrugada, ebrio y entré a casa como lo hace un verdadero macho, pateando la puerta y armando un escándalo mayúsculo, ya conocía de memoria la historia, en la habitación me esperaba mi mujer, sentada al borde de la cama, con una cara de entierro, los puños apretados y el sermón en la punta de la lengua, la única forma posible de atenuar su discurso era abrumándola con mis ademanes de hombre rudo, no sé si realmente lo creía, pero de alguna manera funcionaba porque terminaba callándola rápidamente. Subí las escaleras dando pasos fuertes haciendo crujir la madera y tropezando con cuanto mueble se me ponía en el camino, golpee mis rodillas al menos un par de veces, pero la capa de adormecimiento que el alcohol me había dado era tal, que no sentía más que el ruido. Llegué a la puerta de la habitación, preparado para la clásica media hora de batalla, sin embargo, me sorprendió encontrar la luz apagada, y una paz inquietante, acaso estaba consumada mi victoria definitiva, después de 15 años de matrimonio, batallando sin tregua, la guerra había terminado a mi favor. Iluminada con unos destellos de la luz de la calle que se filtraba por la persiana, la pude ver en la cama, recostada de lado, profundamente dormida, con un rostro de paz que apenas si recordaba de años atrás. Incluso me provocó besarla con ternura, algo extraño tenía todo esto, el aire estaba enrarecido, y en caso de que se tratara solo de un cambio de táctica, ya había caído en la trampa sin siquiera notarlo, en ese instante una ola de remordimiento me sacudió por los años de conflicto, como había sido capaz de darle tantos disgustos a ese ángel, de que bajos fondos había adquirido la sevicia para causarle tales sufrimientos, que diabólicos amigos me habían encaminado por la exquisita senda del trago, mientras ella, yacía en casa, despierta, inquieta, abatida por mi ausencia prolongada, madrugadas enteras, ¡qué hermosa se veía al dormir!.
Me quité la ropa como pude y me eché a su lado, después la abracé con ternura, pegándome a ella sutilmente, sin interrumpir su descanso, el frio de la madrugada era realmente crudo, su cuerpo estaba helado, aunque ella parecía no notarlo, tal vez por el sueño profundo, me pegué más aun para darle mi calor como solía ser cuando recién nos casamos, así le gustaba que fuera. Habíamos pugnado tanto por solucionar nuestras diferencias cuando la respuesta estuvo siempre ahí, todo fue cosa de guardar silencio. Esta extraña sensación terminó por quitarme el sueño, me sentía inquieto, ya la había mirado, abrazado, puesto sendos besos en sus mejillas e incluso pedido perdón en silencio, pero faltaba algo, la volví a observar aprovechando las chispas de la madrugada, entonces, la quietud de su rostro, dejó de producirme ternura y empecé a desearla, a desearla como cuando éramos jóvenes amantes furtivos y vivíamos solo al servicio del sexo. Bajé el brazo con el que la tenía rodeada y roce suavemente sus pequeños senos, después metí mi mano debajo de su pijama hasta alcanzar  su cintura, acariciándola suavemente, jugando con el hoyo perfecto de su ombligo durante un momento, hasta que en un arranque de perversión, deslicé mi mano debajo de su pantalón buscando su vulva, la toqué sutilmente. Poco después me detuvo el cargo de conciencia, giré el cuerpo y retomé mi posición para dormir, pero fue imposible calmar el deseo de poseerla. Maquiné argumentos insólitos y justificaciones distintas para darme licencia a mí mismo y tomarla de una vez, pero fue un recuerdo providencial el que me allanó el sendero hacia el placer, que le hiciera el amor dormida, había sido una vieja fantasía suya, que teníamos echada al olvido.

En pocos minutos, deslicé su ropa en sentidos opuestos, la camiseta hacía el norte y el pantalón hacía el sur, ella siguió inmóvil. Después de algunos movimientos intensos y tantos roces, ya tenía que haber despertado, así que su anuencia, solo podía significar que estaba siguiendo mi propuesta con complicidad, tenía que estar sintiéndome, pero se contenía deliciosamente para mantener vivo el juego. Poco después terminé con el pantalón y la camiseta, de esta forma, la tuve completamente sometida, sin oponer resistencia, cumpliendo sin planearlo, un deseo fantástico y aberrante, como quien ejecuta un acto prohibido pero sin consecuencias. Ella contenía el aliento con valentía, pero yo estaba completamente entregado al placer y con ello al ruido, gimoteaba cerca de su oído de manera provocativa, por momentos, deseaba hacerla estallar entre gritos de placer, y me esmeraba para conseguirlo.
Más luego, acabados los juegos previos, separé sus piernas con sutileza, me pegué lo más que pude y empecé a frotar su vulva nuevamente, pero con la punta de mi sexo ardiente, esperando el aviso sutil de sus hilos de humedad para penetrarla por fin. Después de las fricciones, empezó a ceder y dejarse entrar suavemente, yo la imaginaba deseosa aun en esa quietud sorprendente y tal como me lo había prometido cuando hablamos de su fantasía, cumplió cabalmente su papel, sin moverse en absoluto ni hacer el mínimo ruido, pero dejándose llevar por mis maniobras, víctima de mi voluntad, así, en poco, hacíamos el amor como en los viejos tiempos, intensa y prolongadamente, haciendo chillar las maderas de la cama que se sacudía con furia, haciendo golpear de cuando en cuando la cabecera contra la pared, dando la sensación de un martilleo constante, aunque nadie podía engañarse, a esa hora el ruido de una habitación, solo podía surgir de las fauces del placer. Mis manos no pararon de recorrer su cuerpo rígido, ella mantuvo su posición sin vulnerar las bases de su papel, la vejación estaba consolidada, tal como ella lo había soñado siempre, siendo la presa y yo el maldito victimario abusando de la aquiescencia de su cuerpo avasallado. Casi una hora más tarde, terminé, dejándole el interior lleno de mi magma, como tanto le gustaba, pero incluso en ese instante que erradamente imaginé terminaría por sacudirla, se mantuvo en silencio y calma.
Antes de caer rendido, ya con el último aliento, la eché de espaldas bajé hasta su zona ardiente y le dediqué la más voluntariosa de mis jornadas orales jamás registrada, hacerle romper el personaje se convirtió en un reto para ese instante, y yo tenía la fórmula infalible para cerrar con broche de oro ese amanecer inolvidable.

Desperté con los rayos del sol dándome directamente sobre los ojos, me tomó unos segundos reaccionar completamente y cuando lo hice, me encontré con una escena tan tierna como bizarra, tenía la cabeza de lado sobre su pelvis humedecida por mi baba, las piernas en el suelo, y mis brazos aferrados a su pierna derecha, quizá para no terminar de caer, mientras ella, seguía en la misma postura en que la había dejado antes de sucumbir por el cansancio, completamente yerta, entonces di un salto, me vestí como pude, y salí de la habitación como lo hace el menos macho, dando alaridos de espanto.

La necropsia arrojó el resultado del deceso, había ocurrido poco antes de mi llegada a casa ese fatídico día, se sindicaron causas naturales, me hicieron algunas preguntas de rigor, respondí detalladamente cada una de ellas, aunque obvié el pequeño detalle de contar que ebrio, enternecido por su rostro de ángel, aquella madrugada, me eché el mejor polvo de mi vida, con el cadáver de mi mujer. 


4 comentarios:

  1. Anónimo24.5.12

    Bravo! Bravo! Lo volviste a hacer! Otro relato fabuloso! Me puedo pasar el dia entero leyendo tus historias, eres un gran escritor!

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  2. Anónimo30.5.12

    Me encantó. Gran final, gran escritor:) -Cochita

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  3. cynthia23.11.12

    ineresante relato del homre que llegaba ebrio me gusto

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