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("Manos" Foto by: S.a.d.e) |
Regresé en la madrugada, ebrio y entré a casa
como lo hace un verdadero macho, pateando la puerta y armando un escándalo
mayúsculo, ya conocía de memoria la historia, en la habitación me esperaba mi
mujer, sentada al borde de la cama, con una cara de entierro, los puños apretados y el sermón en la punta de la lengua,
la única forma posible de atenuar su discurso era abrumándola con mis ademanes
de hombre rudo, no sé si realmente lo creía, pero de alguna manera funcionaba porque
terminaba callándola rápidamente. Subí las escaleras dando pasos fuertes haciendo
crujir la madera y tropezando con cuanto mueble se me ponía en el camino,
golpee mis rodillas al menos un par de veces, pero la capa de adormecimiento
que el alcohol me había dado era tal, que no sentía más que el ruido. Llegué a
la puerta de la habitación, preparado para la clásica media hora de batalla,
sin embargo, me sorprendió encontrar la luz apagada, y una paz inquietante, acaso
estaba consumada mi victoria definitiva, después de 15 años de matrimonio, batallando
sin tregua, la guerra había terminado a mi favor. Iluminada con unos destellos
de la luz de la calle que se filtraba por la persiana, la pude ver en la cama,
recostada de lado, profundamente dormida, con un rostro de paz que apenas si
recordaba de años atrás. Incluso me provocó besarla con ternura, algo extraño
tenía todo esto, el aire estaba enrarecido, y en caso de que se tratara solo de
un cambio de táctica, ya había caído en la trampa sin siquiera notarlo, en ese
instante una ola de remordimiento me sacudió por los años de conflicto, como
había sido capaz de darle tantos disgustos a ese ángel, de que bajos fondos
había adquirido la sevicia para causarle tales sufrimientos, que diabólicos amigos
me habían encaminado por la exquisita senda del trago, mientras ella, yacía en
casa, despierta, inquieta, abatida por mi ausencia prolongada, madrugadas enteras,
¡qué hermosa se veía al dormir!.
Me quité la ropa como pude y me eché a su
lado, después la abracé con ternura, pegándome a ella sutilmente, sin interrumpir
su descanso, el frio de la madrugada era realmente crudo, su cuerpo estaba helado,
aunque ella parecía no notarlo, tal vez por el sueño profundo, me pegué más aun
para darle mi calor como solía ser cuando recién nos casamos, así le gustaba
que fuera. Habíamos pugnado tanto por solucionar nuestras diferencias cuando la
respuesta estuvo siempre ahí, todo fue cosa de guardar silencio. Esta extraña sensación
terminó por quitarme el sueño, me sentía inquieto, ya la había mirado,
abrazado, puesto sendos besos en sus mejillas e incluso pedido perdón en
silencio, pero faltaba algo, la volví a observar aprovechando las chispas de la
madrugada, entonces, la quietud de su rostro, dejó de producirme ternura y
empecé a desearla, a desearla como cuando éramos jóvenes amantes furtivos y vivíamos
solo al servicio del sexo. Bajé el brazo con el que la tenía rodeada y roce suavemente
sus pequeños senos, después metí mi mano debajo de su pijama hasta alcanzar su cintura, acariciándola suavemente, jugando
con el hoyo perfecto de su ombligo durante un momento, hasta que en un arranque
de perversión, deslicé mi mano debajo de su pantalón buscando su vulva, la
toqué sutilmente. Poco después me detuvo el cargo de conciencia, giré el cuerpo
y retomé mi posición para dormir, pero fue imposible calmar el deseo de
poseerla. Maquiné argumentos insólitos y justificaciones distintas para darme
licencia a mí mismo y tomarla de una vez, pero fue un recuerdo providencial el
que me allanó el sendero hacia el placer, que le hiciera el amor dormida, había
sido una vieja fantasía suya, que teníamos echada al olvido.
En pocos minutos, deslicé su ropa en sentidos
opuestos, la camiseta hacía el norte y el pantalón hacía el sur, ella siguió inmóvil.
Después de algunos movimientos intensos y tantos roces, ya tenía que haber
despertado, así que su anuencia, solo podía significar que estaba siguiendo mi propuesta
con complicidad, tenía que estar sintiéndome, pero se contenía deliciosamente
para mantener vivo el juego. Poco después terminé con el pantalón y la
camiseta, de esta forma, la tuve completamente sometida, sin oponer
resistencia, cumpliendo sin planearlo, un deseo fantástico y aberrante, como
quien ejecuta un acto prohibido pero sin consecuencias. Ella contenía el
aliento con valentía, pero yo estaba completamente entregado al placer y con
ello al ruido, gimoteaba cerca de su oído de manera provocativa, por momentos,
deseaba hacerla estallar entre gritos de placer, y me esmeraba para
conseguirlo.
Más luego, acabados los juegos previos, separé
sus piernas con sutileza, me pegué lo más que pude y empecé a frotar su vulva
nuevamente, pero con la punta de mi sexo ardiente, esperando el aviso sutil de
sus hilos de humedad para penetrarla por fin. Después de las fricciones, empezó
a ceder y dejarse entrar suavemente, yo la imaginaba deseosa aun en esa quietud
sorprendente y tal como me lo había prometido cuando hablamos de su fantasía,
cumplió cabalmente su papel, sin moverse en absoluto ni hacer el mínimo ruido, pero
dejándose llevar por mis maniobras, víctima
de mi voluntad, así, en poco, hacíamos el amor como en los viejos tiempos,
intensa y prolongadamente, haciendo chillar las maderas de la cama que se
sacudía con furia, haciendo golpear de cuando en cuando la cabecera contra la
pared, dando la sensación de un martilleo constante, aunque nadie podía
engañarse, a esa hora el ruido de una habitación, solo podía surgir de las
fauces del placer. Mis manos no pararon de recorrer su cuerpo rígido, ella
mantuvo su posición sin vulnerar las bases de su papel, la vejación estaba
consolidada, tal como ella lo había soñado siempre, siendo la presa y yo el
maldito victimario abusando de la aquiescencia de su cuerpo avasallado. Casi
una hora más tarde, terminé, dejándole el interior lleno de mi magma, como
tanto le gustaba, pero incluso en ese instante que erradamente imaginé
terminaría por sacudirla, se mantuvo en silencio y calma.
Antes de caer rendido, ya con el último aliento,
la eché de espaldas bajé hasta su zona ardiente y le dediqué la más
voluntariosa de mis jornadas orales jamás registrada, hacerle romper el
personaje se convirtió en un reto para ese instante, y yo tenía la fórmula
infalible para cerrar con broche de oro ese amanecer inolvidable.
Desperté con los rayos del sol dándome
directamente sobre los ojos, me tomó unos segundos reaccionar completamente y
cuando lo hice, me encontré con una escena tan tierna como bizarra, tenía la
cabeza de lado sobre su pelvis humedecida por mi baba, las piernas en el suelo,
y mis brazos aferrados a su pierna derecha, quizá para no terminar de caer, mientras
ella, seguía en la misma postura en que la había dejado antes de sucumbir por
el cansancio, completamente yerta, entonces di un salto, me vestí como pude, y
salí de la habitación como lo hace el menos macho, dando alaridos de espanto.
La necropsia arrojó el resultado del deceso,
había ocurrido poco antes de mi llegada a casa ese fatídico día, se sindicaron
causas naturales, me hicieron algunas preguntas de rigor, respondí
detalladamente cada una de ellas, aunque obvié el pequeño detalle de contar que
ebrio, enternecido por su rostro de ángel, aquella madrugada, me eché el mejor
polvo de mi vida, con el cadáver de mi mujer.
Bravo! Bravo! Lo volviste a hacer! Otro relato fabuloso! Me puedo pasar el dia entero leyendo tus historias, eres un gran escritor!
ResponderEliminarGracias, un abrazo...
ResponderEliminarMe encantó. Gran final, gran escritor:) -Cochita
ResponderEliminarineresante relato del homre que llegaba ebrio me gusto
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