(Sinfonía 40 de W. A. Mozart)
Abrí los ojos con el letargo
de aquel que ha pasado un siglo dormido, me tomé algún tiempo para estirar el
cuerpo, haciendo tronar mis huesos con tal fuerza, que parecieron romperse. Me
quedé durante un instante mirando fijamente lo profundo inverso del cielo que
acaso en ese rato, me pareció más celeste que nunca. Un pájaro negro que
atravesó el espacio, rompió abruptamente ese hilo etéreo, entonces, tuve la sensación
de caer de espaldas sobre el mundo real. Me pregunté qué hora podía ser,
observé el sol pálido perdiéndose al fondo, en el horizonte y deduje de ese
ocaso, el atardecer. Levanté la muñeca izquierda para corroborarlo mirando la
hora en el hermoso reloj que poco tiempo atrás me habían enviado de España y
que aun presumía párvulamente porque funcionaba a pulso. Las manecillas estaban
detenidas a las ocho de la noche, ¡era imposible! mi flamante reloj no fallaba
jamás y solo se detenía cuando me lo quitaba. Me puse de pie contrariado,
entonces, me di de cara con un raro paraje que jamás había visto, se trataba de
un páramo solitario y extenso, bañado de arena blanca y que empecé a recorrer primero en tramos cortos, después, fueron
metros y al final, kilómetros, sin nada cerca, ni lejos, sencillamente sin nada.
El sol seguía fijo en el mismo punto, como un dibujo en relieve, el cielo y su
celeste acuarela, mi reloj y sus manecillas inmóviles.
Después de una larga
caminata, por fin me pareció llegar a terreno fértil, un pequeño oasis asomaba
el ojo en las faldas de una duna enana, seguí calmadamente sabiéndome salvado
por esa digna fuente de agua, pero luego, recordé la jugarreta de los
espejismos, de manera que me acerqué más bien con sigilo, procurando no romper
la alucinación en caso lo fuera, casi de puntillas sobre la arena ardiente,
hasta que me vi a orillas de la fuente, que primero me había parecido un lago,
después una laguna, más adelante un pequeño pozo, finalmente, no era más que un
charco mediano, consumido por las fauces del propio desierto sediento. Ya en
hinojos, hice con mis manos un pocillo, y lo sumergí procurando la mayor
cantidad de agua, entonces, una horrenda imagen que habitaba lo profundo de mis
manos me espantó al punto del salto, era mi reflejo pero al mismo tiempo no lo
era, es decir, se trataba de una versión miserable de mi propio ser, la última
vez que me había visto en un espejo mi piel era aún lozana y joven, y ahora de
pronto, estaba acabado como un cadáver, con los ojos hundidos y negros, con los
labios morados y resecos, con la piel al ras del hueso, sin uñas ni pelos, sin
latidos ni pulso, pero de pie, medio muerto, o tal vez, medio vivo.
Metí mi rostro entre las
manos esperando enjuagar la pesadilla, pero
nada sucedió, después, metí la cabeza completa en el charco, y ya adentro, abrí
los ojos esperanzado, pero en cambio, me vi abrumado, al encontrarme frente a
frente con otros miles de seres con los rostros igualmente apesadumbrados,
buscando ilusos, despertar de sus propias pesadillas, mirándose lastimeramente
unos a otros, soltando ayes entre las
burbujas, llorando desconsoladamente hasta darle vida a ese charco que se había
llenado con el llanto de esos muchos cadáveres y también con el mío, que me
desgarraba impulsado por una rara urgencia, deshaciéndome en profunda pena, acompañando
ese triste coro con el que ya en conjunto, entonamos un réquiem.
Cuando saqué la cabeza del
agua, aun sollozante, el escenario había cambiado completamente, aquél páramo árido
en el que había despertado, estaba transformado en un especie de cueva plagada de pantanos que
parecían estar a punto de ebullición, un olor fétido emanaba de sus entrañas
negras, mientras que aquellos seres con los que me había topado dentro del
agua, ahora deambulaban a su suerte, sin rumbo ni sentido, llorando, siempre
llorando. Intenté averiguar dónde estaba, pero nadie me respondió, pregunté a
todos los que pude, pero ninguno me dio razón, cada quien, seguía su ruta
penitente y de vez en cuando, alguno caía de rodillas, clamándome algo en una
lengua ininteligible, sus cuerpos parecían arder lentamente, la piel de sus
manos se quedaba adosada a los jirones de mi ropa, y lo demás de sus débiles
cuerpos, caía por pedazos a mis pies. En mi intento de huir, aplastaba sus
carnes putrefactas, e incluso, me llevaba en la ropa, pedazos adheridos y aun trémulos,
que trataba de desprender con repudio. Después de recorrer un extenso tramo
sin destino, divisé a lo lejos los
destellos de una luz carmesí bastante tenue, así que aceleré el paso tomando el
camino directo a lo que parecía ser una salida.
Perseguí la luz durante un buen tiempo, pero jamás pude acercarme realmente,
la distancia siempre era la misma, se trataba solo de un juego de horror, yo
era inducido, mi voluntad estaba controlada por algún extraño ente habitante de
la cueva, por eso, seguí caminando aun sin quererlo, aplastando huesos y
restos, la oscuridad era total y aun así, eludía automáticamente los obstáculos,
como una marioneta del infierno.
No sé cuánto tiempo pasé en
ese extraño ritual de falsa fuga, pero me daba la sensación de que habían sido
años, me tocaba de vez en cuando, no notaba grandes diferencias, seguía siendo
el mismo esqueleto animado que había visto reflejado en el charco del páramo.
Al fin y al cabo, no tenía posibilidad de ser menos que ese despojo viviente,
pero esa rara sensación de tiempo era latente, habían pasado años con
seguridad.
Décadas o siglos después, me
detuve por fin, pues la chispa roja que perseguí durante tanto tiempo
desapareció repentinamente, y en su lugar se encendieron enormes y potentes lámparas,
iluminando un nuevo espacio, ahora era un confortable salón decorado con buen
gusto. Mientras apreciaba la rareza del lugar, fui sorprendido por el ruidoso
ingreso de una banda de esqueléticos y alegres músicos que hacían gala de un
repertorio variado, con melodías que recordaba vagamente de otros tiempos,
mientras media docena de bailarinas también cadavéricas, pero elegantemente
vestidas y con mucha clase, se movían al son de la música. Después de la
apoteósica bienvenida, miré mi reflejo en una bandeja de plata que pasó cerca,
mi estado era el mismo que el de ellos. Habían pasado siglos. Nadie hacía
preguntas y a diferencia de las escenas anteriores, aquí no habían quejas ni
penas, la orquesta y los asistentes - que sin que me diera cuenta, yacían de
pronto sentados bebiendo en mesas bien atendidas por coquetas y huesudas
meseras - eran felices, yo mismo me sentía extrañamente reconfortado, aunque al
igual que en el largo periplo por el túnel, seguí moviéndome por un extraño
impulso ajeno a mí, así, de pronto me vi bebiendo un extraordinario vino y
luego, bailando con dos damas difuntas, diestras en el ritmo. Más tarde, ya
ebrios, cantamos juntos hermosas canciones que jamás había oído, pero cuya
letra me sabía perfectamente. No sé cuánto duró la fiesta, supuse que también podía
ser cuestión de años, pero finalmente al igual que en los otros lugares, hubo
un corte brusco, los músicos se callaron de golpe, los invitados se sentaron
sin chistar y se acomodaron en una larga fila, mirando de frente contra una de
las paredes, me abrieron campo amablemente y continuaron con la mirada fija en
el horizonte de piedra, donde también fijé la mía por inercia. Segundos después,
las luces se apagaron completamente y un ecran se deslizó a lo largo y ancho
del muro. La pantalla se encendió emitiendo una melodía que me era bastante
familiar, pero que no pude identificar en el momento, sin embargo, la profunda
melancolía en la que me sumió me dejó claro que algo tenía que ver con el
pasado y lo pude corroborar en cuanto apareció la primera escena de lo que sin
duda sería un largometraje. Se trataba de un bebe ocupando un primer plano, como
fondo se erigía una ciudad enorme y de cielo gris. El llanto continuo del bebe parecía
contar una historia triste, pero de pronto fue acogido por una mujer que lo
tomó entre sus brazos con ternura, era hermosa y derramaba bondad, la pude
reconocer en el instante, era mi madre, entonces entendí de que se trataba
todo, el pequeño niño, mi madre, la historia de mi vida. La memoria me devolvió
de inmediato el recuerdo de años pasados, evocaba casi todo con claridad, empero,
lo que observaba me hacía sentir como un extraño, como si mi propia historia estuviera
siendo escrita allí mismo, cada escena me daba la sensación de ser nueva. Mi infancia fue tan buena, la
había olvidado, la casa enorme del jirón Bolognesi en Coracora, la huerta y los
animales, las rosas del jardín y esa melodía que se me hacía familiar, por fin
podía identificarla, era la sinfonía 40 de Mozart, aquella con la que mi padre
me había enseñado a silbar y que ahora era la banda sonora de esta extensa
película, por la que por cierto, vi pasar personas amadas, desde mi familia
hasta los amigos, mis grandes amores e incluso gente de las que no había vuelto
a saber nunca más. Pero aquello no era el fondo de esta tragicomedia bizarra,
lo presentía y lo confirmé cuando llegamos al instante de mi muerte, aquella
única parte de mi existencia de la que no sabía absolutamente nada, salvo, que
había ocurrido cuando era aún bastante joven.
Estaba sentado en la banca
de un parque, dentro de una ciudad desconocida, traía el rostro cubriendo mis
manos con evidente pesar, me veía bastante saludable, pero en cuanto levanté la
cara, develaba una pena profunda. Poco después, me puse de pie y me fui
caminando por una larga y desolada avenida, luego, me detuve frente a un
teléfono que había aparecido de la nada, cogí el auricular y hablé con alguien,
no había forma de saber con quién, pero se notaba que la pena se ahondaba con
cada palabra, finalmente, arranqué el teléfono y lo tiré furiosamente en un tacho
de basura, seguí mi camino y en la ruta, empecé a encontrar paginas sueltas y
luego libros, filas de ellos, formando largas hileras, entonces pude
reconocerlos, eran los libros que había escrito durante toda mi vida y las páginas
correspondían a mis textos en proceso. Comencé a recogerlos con desesperación y
cuando tuve entre las manos todo lo que podía cargar, seguí mi rumbo. Más
tarde, me detuve frente al portón enorme de un gran edificio, para ese momento,
vestía traje y corbata, intercambié palabras con un hombre que fungía de
vigilante, intenté entrar a la fuerza cargando los libros, pero el hombre me
indicó con claridad que no podía pasar con ellos. Me senté a esperar en la
puerta durante varias horas, no sé qué, ni a quien, parecía esperanzado en la
llegada de alguien que me permitiera pasar con los libros, pero nunca sucedió,
y ya al caer la noche, agotado y hambriento, con el traje hecho harapos, como
si hubiera pasado mucho tiempo, dejé mis libros tirados nuevamente, a merced de
la noche y del crudo viento que por ahí circulaba, finalmente entré en el
edificio, volteando de rato en rato con rabia, viendo como todo aquello en lo
que había invertido mi vida, se perdía en minutos de modo irreversible, todo se
había hecho trizas, aunque pude divisar la última hoja entera ya en lo alto del
cielo, siendo rasgada por los latigazos de aire, dos, cuatro, diez, cien mil
pedazos y luego solo polvo de lo que hasta entonces habían sido las bases de
mis sueños. En ese momento me desplomé. La atención fue inmediata, intentaron
auxiliarme, me subieron a una ambulancia, me trasladaron al hospital, pero no
volví a despertar. La película acabó en ese punto, no hubieron créditos, solo
la sinfonía de Mozart que siguió sonando, y un caudaloso charco de lágrimas a
mis pies. Las luces se encendieron nuevamente, pero nadie aplaudió, los otros
cadáveres, incluso los de la alegra orquesta, me miraron con profunda lastima. Caí
de rodillas doblegado por el dolor y la angustia de lo recién visto, entonces
ellos, todos, las decenas o cientos de los que allí estaban, se acercaron me
ayudaron a ponerme de pie nuevamente, me abrazaron con todas las fuerzas de sus
esqueletos y lloraron conmigo.
- Doctor, vengo a presentar
mi carta de renuncia, me voy definitivamente.
- ¿Pero qué estás diciendo,
ha ocurrido algo malo?
- No doctor, me voy porque
anoche tuve una revelación en un sueño.
- ¿Revelación, acaso es una
broma? ¿No me digas que vas a renunciar por un sueño?
- Así es, y es que no fue un
sueño cualquiera.
- Supongo, todos los sueños
tienen algo de especial, pero eso no significa que dejemos un trabajo como el
que tú tienes por ese motivo.
- Doctor, la cuestión es
bastante sencilla, mi sueño trató sobre mis
sueños, voy a dedicarme a escribir, es solo eso.
- ¿Escribir? Jaja, ay
muchacho iluso, ¿tanto por eso? Pero que absurdo más grande, quien puede vivir
de escribir, por favor, te vas a morir de hambre.
- Tal vez doctor, pero así,
morirme de hambre me tomará por lo menos diez años o más, en cambio sí me
quedo, moriré mañana llegando a la oficina.
- ¿De dónde sacas esa barbaridad
muchacho, estás loco o me estás jugando una broma?
- Ninguna broma doctor, me
lo advirtieron ellos cuando me abrazaron.
- ¿Quiénes?
- Los de la orquesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario